Fecha Publicación: 03-11-2025
En la Franja de Gaza, estudiar se ha convertido en un acto de valentía y de resiliencia. Más de 645 mil niños permanecen sin clases desde octubre de 2023. Por los bombardeos, las escuelas fueron destruidas, convertidas en refugios o cerradas por completo. Según la UNESCO, más del 95% de los edificios escolares necesitan rehabilitación o reconstrucción.
Aun así, la educación persiste, como una llama que se rehúsa a apagarse, porque para el pueblo palestino, aprender no es solo un derecho, es una forma de existir y de lucha.
En un territorio donde las aulas son escombros, los libros se convierten cenizas y los maestros son objetivo de ataques, la enseñanza adquiere un significado distinto. No se trata solo de transmitir conocimiento, sino de preservar la memoria, la identidad y la esperanza. Cada cuaderno rescatado entre ruinas, cada maestro que enseña bajo una tienda improvisada, cada niño que escribe a la luz de una vela, son gestos de resistencia que desafían la lógica de la guerra.
Más de 45 mil niños de seis años no pudieron comenzar el nuevo ciclo escolar. La infancia palestina está creciendo sin pupitres, sin pizarrones y, a veces, sin familia. En los refugios se organizan clases; en las mezquitas se comparten lecturas; en los espacios digitales, cuando hay electricidad, los jóvenes intentan seguir conectados. En Gaza, el conocimiento se transmite de boca en boca, de memoria en memoria, como si enseñar fuera también una forma de salvarse.
La destrucción del sistema educativo palestino no es un daño colateral: es una estrategia que hiere el futuro. La ONU ha advertido sobre el scholasticide, la destrucción sistemática del saber, como una de las consecuencias más graves del conflicto. Porque cuando se destruyen escuelas, no solo se pierde infraestructura: se destruyen proyectos de vida, se interrumpe el pensamiento crítico, se anula la posibilidad de imaginar otro mañana.
Aun así, la educación palestina sobrevive. Es resistencia cultural y acto político. Es una afirmación de identidad frente a quienes buscan borrar la historia de un pueblo. En Gaza, estudiar es decir aún existo. Enseñar es afirmar “no me rindo”. Y aprender, en medio de la guerra, es la más poderosa forma de esperanza.
Mientras el mundo mira los escombros, miles de niños buscan una libreta; los maestros vuelven a trazar letras sobre una pared destruida; las familias siguen repitiendo a sus hijos: “sí puedes aprender”. Esa insistencia es un grito silencioso, una forma de resistencia que no necesita armas para ser poderosa.
Porque incluso cuando las bombas callan las voces, las niñas y los niños en Palestina siguen demostrando que el conocimiento también puede ser una forma de libertad, aun en situaciones de hambre y destrucción.
La resiliencia puede mostrarse de muchas formas, pero la educación y el pensamiento crítico, siempre serán los más poderosos. 
Participación en La Silla Rota