Fecha Publicación: 04-09-2025
En 2010 el tablero global vivió un giro decisivo. China superaba a Japón como segunda economía mundial, Barack Obama anunciaba el pivot to Asia, desplazando el centro de gravedad de la política exterior estadounidense hacia el Asia-Pacífico.
Europa iniciaba con el rescate financiero a Grecia una década de crisis que debilitó la imagen de la Unión Europea (UE) como bloque estable. En ese contexto, el mundo se abría a nuevas alianzas y a búsquedas de alternativas frente a la hegemonía del neoliberalismo.
América Latina y el Caribe (ALyC) atravesaba un momento de inusual sintonía política. La llamada “marea rosa” llevó al poder a gobiernos progresistas que coincidían en la necesidad de construir mayor autonomía frente a Estados Unidos y apostar por la integración regional. Se impulsaron mecanismos como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América - Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP) y la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), que no solo reivindicaban un discurso contrahegemónico, sino que mostraban capacidad de acción: el Consejo de Defensa Suramericano, las mediaciones en crisis políticas y la exclusión deliberada de Washington de las mesas de decisión demostraron que otra arquitectura regional era posible.
De ese impulso nació la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en 2010, concebida como un espacio de concertación política que reuniera a los 33 países de la región sin Estados Unidos ni Canadá. Se trataba de recuperar la idea de “Nuestra América” capaz de dialogar desde la diversidad y construir mayores márgenes de autonomía.
Quince años después, los avances son modestos y los dilemas abundan. La CELAC carece de institucionalidad supranacional: no tiene presupuesto propio, depende de la voluntad presidencial de turno y arrastra agendas fragmentadas que cambian con cada ciclo político. La escasa participación ciudadana y de actores permanentes reduce su capacidad de continuidad. En suma, es un foro valioso, pero frágil.
Aun así, en tiempos de reconfiguración sistémica, la CELAC ofrece una carta estratégica: la posibilidad de servir de puente hacia nuevos socios extrarregionales. En 2025 la relación con China se ha consolidado a través del Foro CELAC-China. Pekín apuesta por un proyecto que busca reformar la gobernanza global, ampliar intercambios culturales, financiar infraestructura y cooperar en diversas áreas. El reto para la región no radica en la oferta china, sino en superar sus propias divisiones internas para negociar con mayor cohesión.
La otra gran apuesta es la relación con la UE. Tras una década complicada, Bruselas busca revitalizar lazos con ALyC; la CELAC ha servido como canal para definir una agenda birregional ambiciosa. La próxima cumbre CELAC-UE de noviembre de 2025, junto con foros académicos y ministeriales, muestra la voluntad de profundizar esta relación. Energía, digitalización, educación superior y cambio climático aparecen como áreas clave de cooperación.
El espacio internacional ofrece aún más. En el marco de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, la CELAC proyecta encuentros con Japón, Turquía, la Unión Africana, India y el Consejo de Cooperación del Golfo. Todos estos diálogos abren puertas para diversificar alianzas en un mundo que parece girar hacia la confrontación entre bloques.
De cara a 2026, la CELAC enfrenta un doble desafío. Por un lado, sus dilemas internos: fragilidad institucional, dependencia de liderazgos coyunturales y falta de compromisos vinculantes. Por otro, sus oportunidades externas: reducir la dependencia de Estados Unidos, posicionarse frente a incursiones injerencistas en la región —como el reciente despliegue de buques de guerra estadounidenses en el Caribe— y crear vínculos estratégicos con potencias que reconozcan a ALyC como un bloque con voz propia.
El desenlace no está escrito. La CELAC puede quedar como un intento fallido de integración o, por el contrario, convertirse en un puente que proyecte a la región hacia un papel más influyente en la reconfiguración global. Todo dependerá de si los gobiernos logran trascender la fragmentación interna y pensar en clave de largo plazo.
En un mundo marcado por la incertidumbre, la región no puede conformarse con ser espectadora ni espacio de disputa ajena. La CELAC, con todos sus dilemas, es hoy el vehículo más amplio para “geopoliticar desde lo regional” y tender puentes con socios estratégicos. Sus resultados aún son magros, pero su potencial sigue siendo inmenso: unirnos en la diversidad para que la voz de la región cuente y se escuche en el mundo.
Participación en El Sol de México