Fecha Publicación: 09-04-2025
Estamos presenciando un momento inédito: el surgimiento —o la imposición— de un nuevo orden mundial. Hoy, el mundo enfrenta una coyuntura crítica que está redefiniendo los términos del poder, la legitimidad y la cooperación. En este contexto, mientras los viejos paradigmas se agotan y los equilibrios globales se fracturan, ¿qué papel podría desempeñar México?
Décadas después, somos testigos de cómo la visión de Fukuyama se desvanece frente a una realidad geopolítica compleja. Su tesis era simple; las democracias liberales se consolidarían como la forma final de organización política. Tras la Guerra Fría, consideró que las grandes disputas ideológicas habían terminado. En la misma línea, el “Nuevo Optimismo” —con autores como Steven Pinker, Matt Ridley y Johan Norberg—celebró una era dorada sin precedentes, marcada por menos pobreza, violencia y más progreso.
Sin embargo, esta visión liberal fue desmentida por los acontecimientos recientes. En lugar de estabilidad, el mundo se volvió más caótico. La desigualdad persiste, las nuevas generaciones enfrentan desinformación y dependencia tecnológica, y los Estados sufren procesos de captura y desmantelamiento.
La era Trump 2.0 marca un punto de inflexión. Algunos hablan del “fin de la globalización”, en medio del resurgimiento de tendencias autocráticas y el proteccionismo económico. A esto se suma una creciente aversión al Estado de Derecho, a los derechos humanos y a la ciencia, mientras el discurso del odio se normaliza y monetiza en plataformas digitales. El resultado es un entorno internacional fragmentado, hostil y volátil.
Un símbolo de esta ruptura fue el autodenominado “día de la Liberación”, cuando EU impuso aranceles de dudosa justificación técnica. Lo que se presentó como una medida de recuperación generó la peor caída de los mercados desde la pandemia, marcando un periodo de confrontación económica global.
Este momento evidencia una ruptura con el orden mundial de la posguerra. Prueba de ello es la adopción por parte de EU de elementos de la narrativa geopolítica rusa y su accidentado vínculo con Zelenski de Ucrania. Paralelamente, crece el desdén hacia las normas compartidas y se desmontan mecanismos multilaterales clave, como la ONU, la Corte Penal Internacional y programas de desarrollo como los canalizados por USAID.
Ante este nuevo panorama, la gran pregunta es: ¿cómo puede México influir en la configuración del nuevo orden global?
Aunque se ha celebrado el supuesto trato preferencial hacia México frente a los aranceles, lo cierto es que la relación con EU sigue siendo volátil. Esta fragilidad responde a una asimetría estructural que expone a México a presiones políticas unilaterales e impredecibles, como la amenaza de designar a los cárteles como “organizaciones terroristas” o la posibilidad de intervenciones armadas en territorio nacional.
Además, no se deben ignorar las propuestas expansionistas de EU, como convertir a Canadá en su estado 51 o adquirir Groenlandia. Más allá de lo provocador, estas ideas revelan una visión donde prevalece la fuerza sobre la legalidad y la cooperación.
Frente a este escenario, México debe mantener su liderazgo en la defensa de reglas claras, el respeto mutuo entre naciones y el principio de no intervención. Debe defender sin ambigüedades el derecho internacional, la Carta de la ONU y los límites legales al uso de la fuerza. Ceder ante interpretaciones expansivas debilitaría el orden internacional y justificaría incursiones militares arbitrarias, con consecuencias graves para la población civil.
Estamos ante una coyuntura incierta pero decisiva. Es una oportunidad histórica para contribuir a la reconstrucción de la legitimidad del sistema internacional. En este esfuerzo, México debe redoblar su participación en foros multilaterales y asumir un papel activo en la construcción de un nuevo consenso global, reafirmando su compromiso con el principio de no intervención, el respeto a la soberanía y la solución pacífica de controversias.
La acción diplomática debe complementarse con una estrategia económica integral. México debe diversificar sus vínculos comerciales con América Latina, Europa y Asia-Pacífico, reduciendo su dependencia de EU. A la par, debe fortalecer su política industrial, fomentar cadenas de producción regionales y consolidar sectores estratégicos mediante asociaciones público-privadas, menos vulnerables a medidas punitivas.
También es crucial seguir promoviendo los medios pacíficos de solución de disputas, utilizando mecanismos como los del T-MEC y la OMC para responder legalmente a medidas arbitrarias, articulando una diplomacia económica firme y pragmática.
México puede y debe asumir un papel clave en la defensa del multilateralismo y el derecho internacional. Tiene la capacidad de convertirse en un puente entre regiones, liderando una agenda que no solo defienda principios, sino que también proponga alternativas viables de cooperación.
Participación en El Sol de México