Fecha Publicación: 14-03-2025
Han transcurrido tres años desde el inicio de las hostilidades por parte de Rusia contra Ucrania en un conflicto proxy que confronta a Moscú con Occidente. Los contendientes principales no han cambiado, pero en Estados Unidos ha habido un relevo en la Casa Blanca que parece decidido a terminar con el apoyo brindado a Kiev y a presionar para un fin de la contienda que presumiblemente favorecerá a Moscú.
Lo que en 2022 era visto como una decisión errada del gobierno ruso destinada a fracasar -sea por los costos materiales, la pérdida de vidas humanas, las sanciones amplias aplicadas por Occidente, el resurgimiento de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y la condena de buena parte de la comunidad internacional- hoy se aprecia como una acción que ha derivado en un resquebrajamiento de la alianza noratlántica, en la diversificación de los socios comerciales e inversionistas de Rusia, en la revitalización de la economía rusa -así sea por la militarización emprendida- y en un reposicionamiento geopolítico con implicaciones no sólo para Europa sino a escala planetaria. En el inicio de la contienda era frecuente escuchar que Rusia no podía ganar. Hoy la narrativa es otra: Ucrania no debe perder.
La figura de Donald Trump es central en el curso de los acontecimientos reseñados. Es conocido el nivel de entendimiento y comunicación que tiene con Vladímir Putin, y que tiene sus raíces en actividades empresariales y los negocios inmobiliarios que al menos desde la década de los 80, mantiene el controvertido republicano con empresarios y oligarcas rusos. El apoyo brindado por Rusia a Trump en los comicios de 2016 es digno de mención. Se sabe igualmente que hace tiempo los capitales rusos salvaron a las empresas de Trump de la quiebra.
En este sentido, el nombre del juego parece ser la razón de mercado sobre la razón de Estado. Para Trump, el presidente de Ucrania es un dictador que no ha convocado a elecciones. Es un malagradecido que se resiste a garantizar el acceso a EEUU a las tierras raras y minerales estratégicos que se encuentran en Ucrania para compensar el apoyo militar recibido por Washington. Incluso Trump ha ido tan lejos como para culpar a Volodymir Zelensky del inicio de la guerra al pretender el ingreso de Ucrania a la OTAN. De paso, el veterano republicano ha reiterado que los socios europeos de la alianza noratlántica deben elevar sus contribuciones financieras a la institución bajo la amenaza de que EEUU podría retirarse de ella, puesto que resulta costosa y poco benéfica para la pretensión trumpiana de hacer a la Unión Americana grande otra vez. Así, Europa ha quedado mal parada y desdibujada.
Por supuesto, hacer un listado de todos los dimes y diretes, incluyendo la pléyade de fake news que el propio Trump produce en torno al conflicto entre Rusia y Ucrania, requeriría muchas páginas. Con todo, es razonable suponer que EEUU está resuelto a finiquitar uno de los dos grandes conflictos de alta intensidad que se libran actualmente en el mundo, para centrar su atención exclusivamente en Medio Oriente y en su aliado Israel. También buscaría que la estratégica alianza existente entre Rusia y la RP China se debilite. Trump piensa que el camino para hacer a Estados Unidos grande otra vez parte de una alianza con Rusia, lo que implica un giro en las relaciones entre ambos países sin parangón, equiparable, en cierta forma, a la alianza desarrollada en el contexto de la segunda guerra mundial. Sólo que en aquellos tiempos esa alianza tuvo una corta duración. ¿Qué tan factible es que eso suceda otra vez en la actualidad?
*El autor es miembro de la Unidad de Estudio, Conflicto y Reflexión Conflicto Rusia-Ucrania COMEXI.
Participación en El Economista