Fecha Publicación: 10-03-2025
No es ningún secreto que los países estructuran su política exterior en función de objetivos y prioridades que buscan garantizar su seguridad y posición en el sistema internacional; en esto consiste el interés nacional. Tampoco lo es que, para alcanzarlo, echan mano de medios distintos al uso de la fuerza (¡afortunadamente!). Es aquí donde aparece la diplomacia.
Pero el ejercicio diplomático no se limita únicamente a la relación entre Estados. Un ejemplo de ello es la diplomacia pública, que consiste en la interacción con un público extranjero para influir positivamente en la percepción y opinión, y con ello, alcanzar sus intereses. Entre los instrumentos de los que dispone están, por ejemplo, la diplomacia cultural, educativa, científica, deportiva, entre otros. A este fenómeno, basado en la atracción en lugar de la coerción, Joseph Nye lo denominó poder suave.
La diplomacia pública no es perniciosa en sí misma, el problema aparece cuando se convierte en propaganda. La diferencia entre ambas radica en sus objetivos y métodos. Mientras la primera responde a un proyecto de largo plazo cuyo fin es mejorar el entendimiento mutuo y está abierta a ser interpelada, es decir, tiene un componente dialógico, la segunda es de corto plazo, unidireccional y tiene como fin último imponer una narrativa. Históricamente, ambas han estado estrechamente vinculadas. Durante la Guerra Fría, además de los escenarios proxy, la batalla ideológica se libró en las artes, en un proceso que varios historiadores han denominado Guerra Fría cultural. En Estados Unidos, la estrategia contó con la colaboración de la CIA; en la URSS, la tarea estuvo a cargo del Departamento de Agitación y Propaganda del Partido Comunista.
Los Estados suelen recurrir a cualquiera de estas opciones cuando su prestigio merma o simplemente quieren mejorar la percepción que se tiene de ellos. En Rusia, ocurren ambas situaciones. Como parte de su proyecto de “democratizar las relaciones internacionales”, Moscú ha buscado aumentar su proyección. Sin embargo, con la invasión a Ucrania en marzo de 2022 y la oleada de sanciones, el país ha quedado más aislado. Es por eso que ha incrementado su presencia en regiones como África y América Latina, buscando hacerse de aliados mediante intercambios culturales, educativos y científicos.
Algunas de estas iniciativas son organizadas directamente por el Kremlin, como el Festival Mundial de la Juventud, que en 2024 reunió alrededor de 20,000 jóvenes de más de 180 países, los Juegos del Futuro, o los Juegos Deportivos de los BRICS. Otras más son encabezadas por organizaciones civiles que reciben apoyo del gobierno como CICRAL o Hablemos con Rusia. En América Latina, Brasil lleva la voz cantante en estos eventos por su cercanía a través de los BRICS. En el caso de México, las posibilidades de un mayor acercamiento se perciben como limitadas debido a la vecindad y relación con Estados Unidos.
Sin embargo, el hecho de ser un país donde la influencia se percibe como acotada, no ha evitado el crecimiento de la presencia de los canales de información financiados por el Estado como RT y Sputnik, ni el acercamiento a los cuadros jóvenes del partido en el Gobierno a través de las iniciativas culturales. Estas acciones han llevado a algunas voces a argumentar que Rusia desarrolla una estrategia propagandista y casi injerencista.
Para comprender el fenómeno, es necesario evitar generalizaciones. Los intercambios culturales y académicos no constituyen en sí mismos un acto de propaganda, tampoco la presencia de agencias de noticias, aun cuando son financiadas por el Estado, ambas estrategias son empleadas por varios países sin tener necesariamente una intención injerencista de por medio.
Se debe insistir en que el problema no está directamente en la promoción de los valores de un país, sino en las condiciones en que ocurre. Por ello, la clave está en vigilar permanentemente que los programas no reflejen alineaciones ciegas y que estén siempre abiertos al diálogo. Hacer llamados alarmistas tiene el efecto contrario al que se pretende. Como en la fábula de Pedro y el lobo, cuando la situación verdaderamente ocurra, la credibilidad ya se habrá perdido. El ejercicio de vigilancia es sano (y necesario), pero este debe aplicarse al resto de países. Si se limita solo a Moscú, se corre el riesgo de caer en una perspectiva meramente rusófoba.
*Analista político e internacional. Internacionalista por la Universidad Iberoamericana y miembro de la Unidad de Estudio y Reflexión Rusia+ del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales.
X: @diegobent
* Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad exclusiva del autor
Participación en El Sol de México