Fecha Publicación: 21-02-2025
Uno de los objetivos centrales en las amenazas de Donald Trump sobre aranceles y seguridad fronteriza, y que han sacudido la relación con Canadá y México, es frenar el tráfico ilícito de fentanilo.
No es un asunto menor. El consumo de este opioide sintético está vinculado a cientos de miles de muertes por sobredosis en Norteamérica. Sin embargo, lo impulsado por Trump parece más una demostración de fuerza que una estrategia eficaz para enfrentar la crisis.
Ampliar el papel del ejército, designar a grupos criminales como terroristas y centrarse en aumentar las estadísticas de decomisos no son tácticas nuevas. Décadas de guerra contra las drogas en el continente han probado que no eliminan los mercados ilícitos; solo los transforman.
Precisamente, el tráfico de fentanilo es ejemplo de ello. Aunque en los últimos cinco años ha sido uno de los principales objetivos de las fuerzas de seguridad, los productores de esta droga han ajustado sus métodos, se han trasladado a zonas menos vigiladas y han experimentado con nuevos productos para seguir satisfaciendo la demanda.
Varias razones explican la adaptabilidad de este mercado. Para empezar, la barrera de entrada es baja: para fabricar fentanilo de manera ilícita solo se requieren conocimientos básicos de química, acceso a las sustancias necesarias y una receta. En InSight Crime hemos documentado que en México, varios productores independientes fabrican esta droga adquiriendo insumos en China u otros países, y la venden a sus propios clientes. Esto sin necesariamente pertenecer a un grupo criminal.
El fentanilo puede también producirse en cualquier parte del mundo. Al ser de origen químico y no vegetal, no requiere condiciones geográficas y climáticas específicas – como sí ocurre, por ejemplo, con la cocaína. Aunque China, México y Canadá han sido identificados como puntos clave, redes criminales en otras regiones podrían satisfacer la demanda si se detiene la producción en estos países.
Además, los productores pueden adaptarse a los controles gubernamentales sobre los productos químicos. Si se restringe el acceso a un precursor, simplemente lo sintetizan a partir de “pre-precursores” menos regulados o modifican la receta.
Consecuentemente, enfocarse en suprimir el suministro de fentanilo significará una lucha interminable. No hay soluciones simples, pero existen aspectos que podrían hacer más eficaz la estrategia norteamericana.
Para empezar, la aplicación de la ley puede ser más estratégica. Es clave ir tras los cuellos de botella en la cadena de suministro, como los intermediarios que conectan la producción ilícita con el comercio legal de químicos y permiten que el negocio funcione.
Asimismo, se deben destinar más recursos a contener la demanda de fentanilo en Norteamérica. Es crucial fortalecer las políticas de salud pública, con mayor énfasis en la reducción de daños y en tratamientos más accesibles para los consumidores.
Finalmente, la colaboración es indispensable, no solo entre gobiernos, sino también con el sector privado. Farmacéuticas, distribuidores de químicos y plataformas de comercio digital tienen un papel clave en la prevención del desvío de sustancias. Mejorar los sistemas de rastreo y los mecanismos de intercambio de información, así como generar análisis de riesgo sobre las cadenas de suministro, puede dificultar que estas sustancias lleguen a la producción ilegal.
*La autora es investigadora de InSight Crime y miembro de la Unidad de Estudio y Reflexión sobre Cumplimiento de la Ley, Cooperación en Seguridad, Delincuencia Transnacional Organizada del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (COMEXI). @antjevictoria
*Las opiniones expresadas en este artículo son responsabilidad exclusiva de la autora.
Participación en El Economista