Publication Date: 18-10-2024
En los últimos meses, el mundo ha sido testigo de una serie de aumentos agresivos en las tasas de interés por parte de los bancos centrales, liderados por la Reserva Federal de Estados Unidos. Estas decisiones buscan combatir la inflación, impulsada por la recuperación post pandemia, interrupciones en la cadena de suministro y el conflicto en Ucrania. Este entorno ha golpeado duramente a las economías emergentes, que enfrentan un escenario financiero restrictivo y volátil, provocando la salida de capitales y la devaluación de sus monedas.
Del mismo modo, las economías emergentes están atrapadas en un juego de ajedrez donde los movimientos de la Fed dictan su destino. Con la inflación como enemigo principal, el alza de las tasas ha sido la estrategia de los bancos centrales para contenerla. Sin embargo, esta medida ha dejado a América Latina enfrentando un dilema: cómo crecer cuando el costo del dinero se dispara.
En primer lugar, el objetivo de las tasas altas es contener la inflación, lo cual tiene sentido en economías desarrolladas. Pero para América Latina, esta receta es amarga. Las monedas de la región, como el peso argentino y el real brasileño, han caído más del 20% y 10% respectivamente frente al dólar en el último año, aumentando la presión sobre los precios internos y encareciendo el servicio de la deuda externa.
De hecho, los inversionistas buscan estabilidad, y las tasas altas ofrecen rendimientos atractivos sin grandes riesgos. Esto significa que capitales que antes se destinaban a proyectos en América Latina ahora fluyen hacia bonos del Tesoro estadounidense, cuyo rendimiento ha alcanzado un promedio del 4.8%, superando por mucho las opciones locales.
Como consecuencia, las monedas locales han sufrido devaluaciones adicionales. El peso colombiano, por ejemplo, se ha depreciado un 15% este año, lo que encarece las importaciones y contribuye al incremento del costo de vida en la región. Esto incrementa la carga de la deuda externa, que en América Latina y el Caribe alcanza ya los 2.4 billones de dólares, dificultando la gestión fiscal.
Asimismo, lo más preocupante es el impacto en el crecimiento económico. Se espera que las tasas altas recorten el crecimiento de la región al 1.7% en 2024, por debajo del promedio mundial. Esto paraliza proyectos que podrían generar empleos y promover la recuperación económica. América Latina, que ya enfrentaba lento crecimiento y tensiones sociales, tiene un espacio de maniobra limitado.
En este contexto, los gobiernos de la región enfrentan una disyuntiva: ¿Cómo mantener la estabilidad económica mientras se impulsa el crecimiento? Las respuestas no son fáciles, pero algunas estrategias podrían ofrecer un camino hacia adelante.
Por ejemplo, fortalecer las políticas fiscales para reducir la dependencia de la deuda externa y fomentar la inversión local en sectores estratégicos. Además, una mayor integración regional podría ser clave para crear mercados más resilientes y menos dependientes de las fluctuaciones globales. Al apostar por el comercio intrarregional, América Latina podría reducir su vulnerabilidad ante las políticas de los grandes jugadores.
Y es que la transición hacia una economía más diversificada y sostenible es crucial. Invertir en energías renovables, tecnología y digitalización prepararía a la región para el futuro y atraería nuevas inversiones menos ligadas al vaivén de las tasas globales.
En conclusión, América Latina debe redefinir su papel en la economía mundial. Las tasas altas son un recordatorio de que, mientras el mundo desarrollado dicta las reglas, las economías emergentes deben hallar maneras innovadoras de competir. No se trata solo de resistir el embate, sino de usar esta crisis como una oportunidad para construir una economía más robusta y resiliente.
¿Podrán los países de América Latina y el Caribe enfrentar los retos económicos que se avecinan? Ya veremos
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