Publication Date: 30-09-2024
A simple vista, son pocas las similitudes entre Finlandia y México, con la notable excepción del capricho geográfico que situó a ambos países como vecinos directos de potencias mundiales. De ahí la importancia de realizar un análisis comparativo de las relaciones México-Estados Unidos y Finlandia-Unión Soviética desde el punto de vista histórico y de política exterior. Este análisis se delimita a la primera parte de la Guerra Fría (1947-1962), periodo que sirve de prisma analítico, pues ofrecer un panorama claro de la configuración geopolítica tras la Segunda Guerra Mundial, el inicio de la bipolaridad y el tendido de la Cortina de Hierro.
Tanto México como Finlandia comparten extensas fronteras con sus respectivas potencias (más de 3000 kilómetros en el caso de Estados Unidos y México, y alrededor de 1300 kilómetros entre Finlandia y la entonces Unión Soviética) y, naturalmente, han enfrentado asimetrías de poder. Este determinismo geográfico tuvo como principal resultado un número limitado de opciones de política exterior frente a las potencias vecinas. No obstante, debido a la correcta lectura del orden internacional y del contexto geopolítico de la época, tanto México como Finlandia, preservaron sus propios intereses nacionales y mantuvieron relaciones productivas.
La visión realista y pragmática ayudaría a ambos a administrar la relación con Estados Unidos y la Unión Soviética, respectivamente. Esta posición era favorecida por el carácter de imperativo de seguridad frente a las dos potencias, que logró cierto grado de autonomía relativa e importante concesiones.
El excepcionalismo mexicano y finlandés
La política exterior de cualquier país está determinada, en gran parte, por su pertenencia geográfica. México y Finlandia no solo eran vecinos directos de Estados Unidos y la Unión Soviética, sino también representaban la puerta de acceso hacia otras subregiones: en el caso de México hacia Latinoamérica y, por su parte, Finlandia representaba el acceso a los países nórdicos europeos. En un contexto de “políticas de contención”, impedir el avance geográfico del lado opuesto era clave. De modo que México y Finlandia cobraban un valor estratégico al ubicarse en la primera línea de seguridad de Estados Unidos y la Unión Soviética.
Por otro lado, para Estados Unidos y la Unión Soviética era importante mantener el statu quo y evitar desequilibrios regionales, evitando a toda costa que sus vecinos se unieran al bloque opuesto. No obstante, temían que ejercer demasiada presión pudiera tener un efecto contraproducente. Como resultado, los gobiernos de Estados Unidos y la Unión Soviética toleraban mayor margen de maniobra para México y Finlandia, de modo que estos llevaron a cabo una política exterior con mayor independencia relativa en comparación con países dentro de la misma esfera de influencia.
Esta “autonomía” tendría una contraprestación en el sentido de que solo sería válido y viable en la medida en que México y Finlandia pudieran ofrecer garantías de seguridad por medio de la estabilidad y el mantenimiento del statu quo. Es decir, habría mayor libertad de acción en temas no primordiales para la seguridad de las potencias, pero que fueran del interés nacional de México y de Finlandia, respectivamente.
En 1976, Mario Ojeda, en su magna obra Alcances y límites de la política exterior de México, —libro de cabecera de los diplomáticos mexicanos—, delineó lo que a la postre se conoce como la “regla Ojeda”:
Estados Unidos reconoce y acepta la necesidad de México a disentir de la política estadounidense en todo aquello que le resulte fundamental para México, aunque para Estados Unidos sea importante, más no fundamental. A cambio de ello, México brinda su cooperación en todo aquello que siendo fundamental o aun importante para Estados Unidos, no lo es para el país.
De modo que se puede extraer un paralelismo —si bien con matices— para el caso de Finlandia basada en la misma premisa.
“Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”
Nunca hubo duda sobre la pertenencia de México al mundo Occidental bajo la esfera de influencia de Estados Unidos. Sin embargo, en numerosas ocasiones tuvo diversas actitudes o llevó a cabo acciones diplomáticas ajenas al interés estadounidense, o incluso, a veces, totalmente contrarias. Estado Unidos, a su vez, toleraba esta situación porque tenía las garantías de que México era un país estratégico, con orden al interior, mantenía un gobierno civil y, sobre todo, que no permitiría que se usara como plataforma para la “exportación” del comunismo.
El ámbito en el que se vio con mayor claridad el disenso mexicano fue en el sistema interamericano. Para 1948, empezaba a formarse este espacio por medio de la Carta de Bogotá; sin embargo, muy pronto quedó claro que era un instrumento subordinado a los intereses de Estados Unidos. Un ejemplo de la actuación del gobierno mexicano fue el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), ya que, pese a una actitud inicial en favor, al final México se distanció.
La posición mexicana se mantuvo en contra de la militarización y, por ende, se opuso a la creación del Consejo Permanente de Defensa, así como a la asociación TIAR-Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Además, se abstuvo de participar en misiones de defensa del hemisferio occidental; rechazó la creación del Colegio Interamericano de Defensa y, en cada oportunidad, México estuvo en contra de la creación de fuerzas interamericanas de paz (por ejemplo, la que se proponía en 1965 en República Dominicana).
Asimismo, México se opuso a la resolución condenatoria contra Jacobo Árbenz en Guatemala, en 1954. Quizás el ejemplo más claro fue la actitud hacia los temas de Cuba, cuyo caso siempre fue un buen “termómetro” de la situación. La prueba de fuego vino cuando, en 1964, la Organización de los Estados Americanos (OEA) resolvía expulsar a Cuba de la organización. México fue el único país que se opuso a dicha resolución y mantuvo relaciones diplomáticas con la isla. La posición de México hacia Cuba es en donde más claro se puede apreciar la disidencia aceptada y la autonomía relativa de la política exterior de México frente a Estados Unidos.
Recordando a Ojeda, en la OEA, México mostró distanciamiento hacia ciertas iniciativas, reservas en otras y, a veces, hasta un rechazo a las mismas, alegando la supremacía de la Organización de las Naciones Unidas frente al organismo regional.
Ojeda cita al entonces consultor del Comité de Relaciones Exteriores del Senado estadounidense, Pat Holt, quien resumía atinadamente que: “México es el país latinoamericano con el cual Estados Unidos mantiene las mejores relaciones y, a la vez, el que más inflexiblemente se resiste a cualquier tipo de acción colectiva en contra de Cuba”.
El dilema finlandés
Finlandia es un país relativamente joven, pero en pocos años ha vivido fuertes traumas nacionales. Uno de ellos es el “dilema” de cómo conciliar sus intereses nacionales con los de su vecino Rusia (entendido primero como el Imperio ruso, después la Unión Soviética y luego la Federación de Rusia), país con el que comparte más de mil kilómetros de frontera. Tradicionalmente, el vasto territorio finlandés ha fungido como zona de amortiguamiento (buffer zone) entre Rusia y sus adversarios. (Finlandia era zona de amortiguamiento entre los Imperios ruso y sueco de inicio del siglo XIX; luego, en la Guerra Fría, lo sería entre la Unión Soviética y Noruega y Dinamarca, que eran miembros de las OTAN.) Asimismo, en menos de 30 años de vida independiente, ya se había involucrado en dos ocasiones en conflicto armado con su vecino, inevitablemente perdiendo y viéndose obligado a firmar en 1948 el Tratado de Amistad, Cooperación y Asistencia Mutua, un acuerdo de paz bilateral desventajoso que lo llevó a perder 11% de su territorio (al igual que México, cuando perdió territorio ante Estados Unidos), incluyendo la base naval de Porkkala, además de dolorosas reparaciones de guerra en favor de la Unión Soviética.
Esta situación geopolítica se conoce como parte de la política del ártico, la cual se basa en un delicado “balance nórdico”, en el que, por un lado, había presencia de miembros de la OTAN (Dinamarca y Noruega); estados neutrales (Suecia, aunque inequívocamente occidental) y Finlandia (también considerado neutral, aunque parte de la zona de amortiguamiento soviética frente a la OTAN). Por otro lado, pese al proceso de destalinización y al inicio de la “coexistencia pacífica”, la intervención militar soviética en Hungría, en 1956, demostró que, de ningún modo, supondría un relajamiento en su esfera de influencia.
Pese a las grandes diferencias entre México y Finlandia, tras un análisis de su política exterior durante la primera etapa de la Guerra Fría, se puede extraer un increíble paralelismo.
La “solución finlandesa” ante ese “dilema” se fraguó entre las presidencias de Juho Paasikivi (1946-1956), quien fuera el artífice, y esta línea fue reforzada aún más bajo la larga presidencia de Urho Kekkonen (1956-1982). Se llegó a un análisis —semejante al que haría año después Ojeda para el caso mexicano— de que Finlandia podría mantener su identidad, sistema político-económico y, sobre todo, autonomía, mientras otorgara las garantías de seguridad a la Unión Soviética, considerando su ubicación dentro del perímetro de seguridad y al hecho de que la frontera finlandesa estaba a poco más de cien kilómetros de la antigua capital Leningrado (San Petersburgo).
El ejemplo más claro fue el propio Tratado de Amistad, Cooperación y Asistencia Mutua de 1948 que, a diferencia de otros instrumentos firmados por los soviéticos y países del bloque del este, no obligaba a Finlandia apoyar militarmente a la Unión Soviética en caso de ataque. Por otro lado, nunca hubo necesidad de “sovietizar” al país, como ocurría en otras partes, de modo que el Partido Comunista de Finlandia ocupaba un espacio minoritario y estaba fuera de la coalición de gobierno, por lo que se mantenía el sistema de político y económico liberal que persiste hasta hoy. Ejemplo de ello, es que Finlandia logró ser un Estado asociado del Acuerdo Europeo de Libre Comercio, además de ser miembro del Fondo Monetario Internacional.
No obstante, el “excepcionalismo finlandés” también tendría sus límites. El más claro de ellos era permanecer fuera de la OTAN, cosa que se hizo hasta apenas 2023. Finlandia también tuvo que rechazar ser parte de Plan Marshall, promovido por Estados Unidos, presumiblemente por temores a la reacción que desencadenaría en el Kremlin. Un punto de quiebre se registró en 1958, durante la crisis de la helada nocturna (Night Frost Crisis), periodo de un súbito e informal “congelamiento” de las relaciones diplomáticas cuando fue retirado el Embajador de la Unión Soviética en Finlandia y tras diversas presiones políticas a nivel bilateral. Durante el mismo, se evidenció la enorme presión política y económica que el gobierno de Kekkonen sufrió a manos del Kremlin cuando el Partido Socialdemócrata de Finlandia, contrario a los intereses de la Unión Soviética, logró la mayoría en la coalición gubernamental. Este episodio reveló el importante peso de la política exterior con respecto a la política interna de Finlandia y la capacidad de la Unión Soviética de otorgar concesiones, pero también presionar al gobierno del presidente Kekkonen.
La revista Time hizo una observación muy aguda sobre Finlandia, en un artículo de 1952 sobre los Juegos Olímpicos en Helsinki, al señalar que “los finlandeses han aprendido a caminar el agitado sendero de independencia como funambulistas”. Sin duda, una referencia a lo que los finlandeses llaman sisu, que significa la fortaleza interna y la perseverancia que da paso a la superación personal, concepto tradicional y folclórico del pueblo finlandés, aplicable a su política exterior.
Conclusiones
Pese a las grandes diferencias entre México y Finlandia, tras un análisis de su política exterior durante la primera etapa de la Guerra Fría, se puede extraer un increíble paralelismo. La política exterior autónoma con ciertas concesiones, sin desafiar directamente a las potencias vecinas, se tuvo que articular con sumo cuidado y una correcta lectura geopolítica.
Es de notar que ambos países gozaron de estabilidad interna prolongada: en México, bajo el gobierno del “partido oficial” ⸺el Partido Revolucionario Institucional⸺ se tuvo continuidad en política exterior durante varias décadas; para Finlandia, la larga presidencia de Kekkonen (la más prolongada de cualquier otro presidente finlandés), permitió establecer un canal de comunicación permanente y directo durante 26 años.
Por otro lado, el rasgo diferenciador más claro es el hecho de que, pese a las diferencias en la política exterior, México era parte indiscutible del mundo occidental, al igual que Estados Unidos. En cambio, Finlandia sí representaba un sistema político y económico totalmente distinto al de la Unión Soviética, lo que hacía más compleja la situación de compartir una larga frontera con un país técnicamente “neutral”, pero cuyo sistema era de apertura política y económica, más semejante al bloque occidental.
También resulta de interés destacar que mucha de la disidencia mexicana se empleaba en los foros dentro del sistema interamericano. Las reglas establecidas en el multilateralismo regional permitían adoptar posiciones juridicistas que justificaban el rechazo mexicano a varias iniciativas. En cambio, al menos durante la primera parte de la Guerra Fría, Finlandia parece haber optado por una relación más directa y bilateral con la Unión Soviética ⸺particularmente con el presidente Kekkonen⸺, sin formar parte de bloques que podrían ir en detrimento de su relación.
Publicación para Foreign Affairs Latinoamerica