Fecha Publicación: 13-02-2020
Conocido como el banco de bancos centrales, el Banco Internacional de Pagos (BIS), la institución que designó a Agustín Carstens âExgobernador del Banco de Méxicoâ como su titular en 2017, es uno de los organismos internacionales más antiguos y que ha logrado mantenerse vigente gracias a su papel especializado en el escenario internacional, hoy vuelve a dar muestras de su constante adaptación a los nuevos tiempos. El BIS data de 1930 y, en su momento, fue considerado como el organismo para llevar a cabo las funciones que terminarían por asignarse al Fondo Monetario Internacional (FMI). Su función original fue la de servir como mecanismo para el pago de las reparaciones de deudas de la Primera Guerra Mundial; el hecho de que el Banco Central Alemán hubiera tenido un papel relevante en esta iniciativa sería motivo suficiente para que Harry White y Franklin D. Roosevelt optaran por crear una nueva institución.
Si bien es menos conocido que el FMI, su papel no es menor: es el centro de investigación y cooperación más importante a nivel internacional en lo que a política monetaria se refiere. Dentro de la información que obtenemos por los análisis del BIS se encuentra la relacionada con las operaciones con derivados y las transacciones en cada moneda a nivel mundial, así como las tendencias y los análisis de riesgos financieros. Como suele ocurrir en los espacios de poder real en las relaciones internacionales, la gobernanza del BIS no es democrática y la membresía se logra con previa invitación. Además, no está ligada bajo ninguna forma al sistema de las Naciones Unidas, como si lo están el FMI y el Banco Mundial al ser organismos especializados. Sin embargo, si una institución de esta naturaleza se mantuvo a pesar del recelo estadounidense y ha logrado mantener su vigencia hasta nuestros días como un centro del pensamiento financiero, es porque ha entendido que su sobrevivencia pasa por adaptación a un escenario internacional en que los países emergentes toman cada vez más relevancia.
El BIS ha aplicado una estrategia de influencia en la élite financiera que bien puede calificarse como una forma de poder blando.
Fue en 1996 cuando la membresía del organismo se expandió por primera vez, al pasar de 41 a 50 miembros (en dicha ampliación se invitaría a participar al Banco de México), una segunda en 1999 y una tercera ampliación de miembros en 2003. Ahora, 2020 se ha estrenado con el anunció que su membresía aumentará a 63 miembros, tras la invitación a los bancos centrales de Kuwait, Marruecos y Vietnam. Sin duda, a seguido el dicho de renovarse o morir.
Resulta poco perceptible, pero el BIS ha aplicado una estrategia de influencia en la élite financiera que bien puede calificarse como una forma de poder blando. En su sede en Ginebra, Suiza, las instalaciones del BIS han acogido a otros organismos relevantes e igualmente especializados de la arquitectura financiera internacional, dígase el Comité de Basilea para la Supervisión Bancaria, la Asociación Internacional de Supervisores de Seguros, el Consejo de Estabilidad Financiera, o el Comité de Pagos e Infraestructuras de Mercado. Que todos estén reunidos bajo el mismo techo, a pesar de ser organismos distintos, no debería ser tomado a la ligera, pues la influencia del organismo sede puede entenderse tanto de forma positiva como negativa. Este “intercambio de ideas” es una situación similar a la que se vive con el FMI y el Banco Mundial al tener su sede en Washington, en donde siempre estará bajo sospecha la posible influencia del Departamento del Tesoro estadounidense.