Publication Date: 04-11-2020
Sí, la unanimidad es indeseable en un sistema democrático, no se debe aspirar a que todos piensen igual por muy polémico y evidentemente anticlimático que sea un tema. Pero hay un fenómeno presente en la sociedad mexicana que llama particularmente la atención: los mexicanos que, en general con argumentos deficientes, afirman que la reelección de Donald Trump sería algo extremadamente conveniente para México. Desde luego, también hay quienes hacen un análisis metódico y tratan de reconciliar sus preferencias, en una elección ajena, con los hechos de una manera siempre racional. Igualmente, hay instituciones de una reputación y seriedad intachables, como la American Chamber of Commerce que, para fortuna de todos, siempre han representado lo mejor del espíritu de la libre empresa, el comercio internacional y la fraternidad entre ambos países. Para todos ellos, mi respeto.
Los mexicanos de Trump lo son por razones personalísimas, muchos abrazando la ilusoria posibilidad de una hermandad ideológica transfronteriza, muy seguros de que la derecha en México tiene todo que ver con la derecha encarnada en el Partido Republicano allá. Simultáneamente, ignoran siglos de diferencias en el desarrollo institucional entre los dos países y, de manera consciente o inconsciente, se identifican con dos de los principales ejes del discurso cultural republicano: el rechazo absoluto al aborto y la defensa del matrimonio tradicional, temas que originalmente no eran parte de la conversación política. El primero de ellos fue empujado a la arena electoral por las iglesias bautistas del sur estadounidense a finales de la década de 1970, aun cuando la Iglesia católica había mantenido una posición nada ambigua al respecto desde mucho antes, sin haberla politizado en la misma medida.
Los argumentos raciales esgrimidos por esta clase de estadounidenses también son adoptados por los mexicanos, y no deja de sorprender la ironía en un país donde una amplia mayoría de la población es de origen mestizo, aunque con un evidente racismo latente. Por ejemplo, hay quienes se enervaron por la decisión de la empresa Quaker Oats de retirar del mercado la marca de panqueques, wafles y saborizantes Aunt Jemima, la cual utilizaba la imagen de una afroamericana como logotipo. Un acto cargado de simbolismo que, comprensiblemente, para el mexicano promedio pasó desapercibido. En esa misma línea, no pierden la oportunidad para destacar que fueron los republicanos de Abraham Lincoln quienes emanciparon a los esclavos durante la Guerra Civil (técnicamente fue hasta la ratificación decimotercera enmienda en 1865 que se prohibió la esclavitud en todos los territorios estadounidenses) ignorando de nuevo las visibles diferencias entre el naciente Partido Republicano de entonces, con el moderno partido de hoy, infiltrado por grupos con posiciones extremas, como el Tea Party o, incluso, con el grupo de republicanos que buscan regresar a los valores auténticos del partido, como los Never Trumpers o el Lincoln Project, que ha apuntado las otrora mezquinas armas propagandistas republicanas contras sus antiguos amos.
La democracia se fundamenta en la confianza mutua, no en las mentiras compartidas.
El efecto del extremismo ideológico en la política estadounidense se hace visible en la proliferación de electores monotemáticos, es decir, aquellos a los que solo importan uno o dos temas a la hora de votar y pueden sacrificar todas las demás consideraciones a cambio. Rejegos al compromiso y la negociación, asumen posiciones irreductibles que complican la gobernabilidad democrática. Ellos son campo fértil para el populismo que, tanto allá como aquí, se manifiesta en la vida política, si bien por diferentes actores pero con una similitud de ejecución difícil de ignorar. ¿Por qué aspirar a eso?
El factor distintivo de este segmento de la población es su susceptibilidad a las teorías de conspiración misma que, a su vez, es un reflejo de la desconfianza en las instituciones tradicionales, de un desprecio a la ciencia, a los datos y a casi cualquier tipo de evidencia cuantificable. Las expresiones más conocidas son los movimientos antivaxers y Qnaon. En México, algunas celebridades (no es necesario nombrar a nadie, todos saben quiénes son) han llegado a adoptar estas ideas y diseminarlas orgullosamente. Hay pocas cosas tan peligrosas como la ignorancia imbuida de iniciativa.
Por otro lado, los algoritmos de las redes sociales construyen cámaras de resonancia donde las opiniones de estos individuos se autovalidan porque “si tanta gente piensa como yo, entonces no puedo estar equivocado”. En Uninformed, Arthur Lupia describe una dolorosa realidad: las múltiples fuentes de información hacen más difícil que la gente entienda bien los acontecimientos de la vida política, esto convierte al discurso público en un campo fértil para la desinformación. La democracia se fundamenta en la confianza mutua, no en las mentiras compartidas.
En un ambiente político tan polarizado, en el que es mucho más fácil pensar en términos binarios, rechazar las ideas de Trump necesariamente significa apoyar todo lo que Joe Biden representa. Es un error operar bajo esos supuestos. Las preferencias por este último pueden ser incidentales o no, y eso no implica abrazar una agenda política completa. Pero, aunque se trata de una contienda extranjera, lo que suceda al interior de un país con tanta influencia sobre México, esencialmente producirá ecos en nuestros ciudadanos. Los demagogos apelan a nuestros peores instintos, sobre todo en el complicado ambiente internacional que se vive. Imitemos lo mejor de nuestros vecinos y, por muy difícil que sea, aprendamos a separar la paja del trigo. Sí, hay mucho de dónde elegir.