Fecha Publicación: 30-08-2024
De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), para lograr la salud universal es necesario que todas las personas recibamos servicios de salud de calidad, asequibles, sostenibles, y en igualdad. Esto implica no solo la atención sanitaria, a la que constitucionalmente la población tiene derecho en la mayoría de los países alrededor del mundo, sino también el fomento de la investigación científica con enfoque de género para contener futuros riesgos críticos a la salud.
El porqué de este enfoque es muy sencillo de comprender: Si bien es sabido que las comunidades más vulnerables son violentadas al momento de verse en la necesidad de recibir atención en salud, el reto se vuelve aún mayor cuando entendemos que las necesidades y los obstáculos en salud no son los mismos para los hombres que para las mujeres.Más allá de hablar de las diferentes violencias y desigualdades en los servicios de salud a las que son expuestas (como la obstétrica, sexual y reproductiva, y -por supuesto- la psicológica), es necesario poner foco en otras de las que menos se habla, pero que son las más comunes e importantes, empezando por la económica. Al respecto, la Organización Panamericana de Salud (PAHO/OMS) ha enfatizado que, aunque la expectativa de vida de las mujeres es más alta que la de los hombres -pues se encuentran menos expuestas a un riesgo de muerte por factores externos-, el gasto de bolsillo de las mujeres es del 16% al 40% mayor para la atención de su salud (incluyendo el factor del “impuesto rosa”). Incluso, en los últimos reportes del Banco Mundial, se ha confirmado que son ellas quienes contribuyen al 4.8% del Producto Interno Bruto (PIB) global a través de sus aportaciones económicas en salud.
Y pese a que las mujeres gastan más para lograr una atención preventiva, de seguimiento y en el tratamiento por enfermedad, sobre todo en países como México y Estados Unidos, aún así pasan un 25% más de tiempo con mala saludque los hombres (WEF, 2024); ya que muy extrañamente, en materia de investigación, desarrollo, e inversión para nuevas políticas y tratamientos en salud, las mujeres son puestas en el centro.
Lo anterior, sin mencionar que la subrepresentación del organismo femenino en los estudios clínicos sigue dificultando la comprensión de las necesidades biológicas y psicológicas de las mujeres, y -por tanto- la carga de la enfermedad no está ni cerca de ser resuelta en igualdad por los tratamientos disponibles, que a la vez son menos eficaces para las mujeres y niñas del mundo occidental.
Asociaciones médicas en Europa y América del Norte señalan que la falta del enfoque de género en la práctica clínica e investigación científica para mejorar la calidad e innovación en salud de las mujeres, tiene todo que ver con los tomadores de decisiones.
Actualmente, poco más del 67% de los trabajadores de la salud son mujeres (incluyendo médicas, enfermeras y cuidadoras asistenciales), pero menos del 30% de ellas ocupan alguna posición de liderazgo o de toma de decisión, dejando a las mujeres fuera de la ecuación inicialmente desde la investigación clínica, hasta la creación de políticas públicas necesarias para la mejora de la salud femenina.
Con todos estos puntos puestos sobre la mesa, es más que necesario entender que para solucionar la desigualdad de género en la salud se tiene que considerar no solo a las pacientes, sino también a las mujeres profesionistas de la salud que están al frente en todas las instituciones sanitarias, en centros de investigación, en el Congreso y en el sector privado, empezando por emparejar el escenario en la toma de decisiones e investigación científica, con igual remuneración por el mismo trabajo que el de sus pares masculinos, Solo así, la búsqueda de soluciones más realistas y empáticas con las condiciones de salud -y económicas- de las mujeres, podrán solucionar la deuda histórica hacia ellas y así lograr la salud universal global.
Participación en El Economista