Fecha Publicación: 01-09-2021
En su libro seminal Politics Among Nations, Hans Morgenthau se refiere a la geografía como el componente más estable, tangible, permanente y natural del poder nacional. En efecto, la geografía ha hecho que México y Estados Unidos compartan historia, cultura, demografía y uno de los bloques económicos más sólidos en el mundo. Ahora bien, colegas al interior del país han visto con recelo una profundización de las relaciones político-diplomáticas y económicas de México con China. Una de las señales más recientes y preocupantes de este acercamiento bilateral –el argumento va–, fue el anuncio en torno a que México buscaría reestablecer relaciones diplomáticas con Corea del Norte, como un acto de buena voluntad hacia China. Más aún –el argumento sigue–, el acercamiento tiene un cariz esencialmente ideológico: México está forjando alianzas estratégicas con un bloque de países socialistas gobernados por autócratas.
Seguramente este análisis emana de la discusión “democracias versus autocracias” que recientemente se ha vuelto común en el debate público a nivel internacional. Aunque atractiva desde el punto de vista teórico, emplear esta narrativa para explicar el acercamiento de México con China resulta insuficiente y, paradójicamente, ideologizado; sobre todo a la luz de una visible transición en la geopolítica global y en las relaciones internacionales en su conjunto.
En cambio, la intensificación de las relaciones sino-mexicanas desde un enfoque multidimensional, tendría que considerarse como un componente de la estrategia del Estado mexicano –no de un gobierno– para generar un mejor equilibrio político con Estados Unidos. A manera de ejemplo –y guardando las características geopolíticas de cada caso–, convendría estudiar el giro de la política exterior de Alemania con respecto a China. Concretamente, la reciente celebración de un tratado de inversión entre China y la Unión Europea liderada por Alemania –mismo que pone a ambos actores en la antesala de un tratado de libre comercio–, es un caso incontrovertible de realismo político de parte del gobierno alemán, a cargo de la todavía Canciller Ángela Merkel. De modo que la creciente relación entre Alemania y China representan “mensajes geopolíticos” hacia diversos destinatarios, Estados Unidos entre los principales.
Lo que se busca poner a consideración con este ejemplo, es que la relación bilateral México-China podría contribuir a equilibrar las asimetrías en la relación México-Estados Unidos. Sobre todo, la diversificación económica-comercial, político-diplomática y socio-cultural que México logré establecer con China, cobrará especial relevancia ante un escenario en el que un gobierno estadounidense sea particularmente agresivo contra México u hostil a sus intereses nacionales. En razón de lo anterior, la relación bilateral México-China tendría que contemplarse incluso como parte de una política integral de seguridad nacional, toda vez que contribuiría, entre otros aspectos, a incrementar las capacidades –y desarrollar nuevas– del poder nacional de México, moldear el ambiente estratégico en el Hemisferio Occidental, y reducir la incertidumbre que genera un sistema internacional en cambio.
Para concluir, mucho habrá que estudiar –y debatir– sobre el triángulo geopolítico Estados Unidos-México-China. Nuestro país tendrá que encontrar una ecuación funcional que le permita, por una parte, honrar la estrecha relación que le une a Estados Unidos y, por la otra, impulsar la relación bilateral con China. Para lo segundo, un punto de inicio sería replantearse las explicaciones ideológicas de las relaciones bilaterales sino-mexicanas en la actualidad. En cambio, entenderlas desde una visión de Estado sería una oportunidad, no sólo para incrementar el peso específico de México en la arena internacional, sino también para robustecer su política de seguridad nacional, de cara a los vaivenes de la política interna estadounidense.
Consultor y Asociado COMEXI