Publication Date: 17-05-2024
El 9 de mayo se celebra el Día de Europa, que conmemora el inicio del proceso de integración más avanzado del mundo y el experimento político más exitoso de la historia moderna. El 9 de mayo de 1950, Robert Schuman, entonces ministro de Asuntos Exteriores de Francia, lanzó la idea --de la autoría de Jean Monnet-- de poner en común los sectores de carbón y acero, en principio los de Francia y Alemania, y dejar que una autoridad supranacional se encargara de su gestión. La propuesta quedó abierta a otros Estados europeos y entonces se sumaron Bélgica, Italia, Luxemburgo y Países Bajos. Hoy, la Unión Europea agrupa a veintisiete Estados miembros y tiene una larga lista de aspirantes tocando a su puerta para adherirse a este ejercicio, es el mercado más grande del mundo y un actor internacional que, aunque sui géneris, ocupa un espacio importante en el escenario internacional.
Los europeístas sabemos que seguir el desarrollo de este experimento político no es apto para cardiacos. Cada cierto tiempo, aparecen en el horizonte las nubes del europesimismo y se pronostica la muerte de este objeto político no identificado (OPNI) que es la Unión Europea. Sin embargo, nunca está de más poner en perspectiva lo que se ha conseguido desde 1950. Para hacerlo, es importante recordar que la integración europea es un proceso, lo que quiere decir que no está concluido, sino que se hace integración todos los días y a todas horas, y también que no tiene un punto de llegada definido, para aquellos que ansían saber si, al final, se convertirá en un súper-Estado, una federación, una confederación o algo más. Eso no está decidido, porque el objetivo es seguir integrándose conforme a los intereses y valores de los participantes, y, desde luego, según las características del entorno internacional en cada momento y lo que estas exijan de la Unión Europea y de sus Estados miembros.
Tampoco se debe olvidar que, contrario a lo que muchos creen, este es un proceso que tiene un fin político, aunque los avances hayan iniciado por lo que se percibe como medios económicos. Así que debe quedar claro que la Unión Europea no es un tratado de libre comercio en esteroides, sino un ejercicio fundamentalmente político que ha tenido como objetivo mantener la paz entre los Estados europeos y traer bienestar a una región que se había despedazado a sí misma en dos guerras fratricidas a principios del siglo XX.
A pesar de lo novedoso del experimento y de los éxitos y fracasos sumados desde 1950, hoy los retos que tiene ante sí la Unión Europea dejan perplejo hasta al más optimista. Para sobrevivir, la Unión Europea tendrá que diseñar mecanismos de adaptación a un mundo en el que el orden liberal que le dio vida está en una severa crisis. Esto implica hacer frente a la crisis de la democracia liberal, que también afecta a la Europa integrada de manera significativa, con regímenes populistas, auge de la extrema derecha y polarización sin precedente que han llevado incluso a la violencia política, como el intento de asesinato contra el primer ministro eslovaco, Robert Fico, el miércoles 15 de mayo. Ya veremos qué revelan los resultados de las elecciones europeas de junio, pero las perspectivas no son halagüeñas para la democracia liberal y el europtimismo. También incluye hacerse cargo de su propia defensa en un escenario internacional en el que ha regresado la lucha entre grandes potencias, con una Rusia amenazante, y, más aún, si regresa a la Presidencia estadounidense Donald Trump, con sus perennes amenazas a la OTAN, el otrora incondicional paraguas de seguridad bajo el que se desarrolló este gran experimento político.
Para no cerrar con una nota pesimista, cabe recordar que este proceso de integración nació para enfrentar la mayor crisis que había vivido Europa en su historia y que ha sabido sobrevivir a cambios diversos en el hábitat original en el que se formó. Quienes la vemos a la distancia, no podemos sino reconocer que, gracias a este proceso de integración y a haberse atrevido a pensar la soberanía desde otra perspectiva, hoy la Europa integrada goza de niveles de bienestar que ya querríamos muchos para un domingo cualquiera.
*El autor es internacionalista por El Colegio de México, maestra en Asuntos Públicos por la Universidad de Princeton y maestra en Relaciones Internacionales e Integración Europea por la Universidad Autónoma de Barcelona. Es profesora-investigadora asociada de la División de Estudios Internacionales del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE). Coordina la Unidad de Estudio y Reflexión Europa+ del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (Comexi).
Participación en El Economista