Fecha Publicación: 02-05-2024
Después del colapso del Imperio otomano al término de la Primera Guerra Mundial, se estableció en buena parte del Medio Oriente - denominación geográfica que abarca al Levante, a la península arábiga y al norte de África- un sistema de mandatos controlados por los imperios británico y francés. La recién creada Liga de las Naciones brindó el sustento jurídico de dichos mandatos bajo el argumento de que esas poblaciones no tenían aún la madurez para gobernarse y necesitaban, por tanto, la tutela externa. Entretanto, Londres conectaba los yacimientos petroleros del Golfo Pérsico con el este del mar Mediterráneo, lo que facilitó la migración de judíos europeos a Palestina, y Francia consolidaba su presencia en la Gran Siria, incluyendo la costa libanesa.
Aunque los mandatos desparecieron hacia finales de la década de 1940, la influencia externa sobre el Medio Oriente ha continuado desde entonces. En consecuencia, los intentos por combatir el yugo colonial y promover el genio propio en lo político, económico, cultural, han dominado las disputas y encuentros políticos de carácter regional durante las décadas posteriores. Así, distintos proyectos han buscado presentarse como la alternativa más viable en el Medio Oriente poscolonial. Un motivo persistente en lucha anticolonial en la región ha sido, como el politólogo estadounidense Michael Barnett señaló en su libro Dialogues in Arab Politics, la liberación de la Palestina histórica del yugo externo que desde hace más de ocho décadas pesa sobre sus habitantes y sus territorios.
A mediados del siglo pasado, el nacionalismo árabe se estableció como la alternativa anticolonial en gran parte del Medio Oriente y, en consecuencia, identificó la liberación de Palestina como un tema crucial en su propia lucha. No obstante, a partir de la derrota de varios ejércitos árabes en la guerra de 1967, la identidad nacional (wataniyya) sustituyó a la identidad árabe (qawmiyya) como principal fuente de movilización política en la región. La priorización de los intereses nacionales llevó a los gobiernos de Egipto y Jordania a reconocer al estado de Israel en 1979 y 1994, respectivamente, y a renunciar, en consecuencia, a su participación en la lucha por la liberación de Palestina. A pesar de los intentos del gobierno iraquí de Saddam Hussein por reactivarlo, el nacionalismo árabe estaba, ya para los noventa, en un franco declive.
A pesar de ello, una nueva alternativa había surgido en el extremo oriental de la región, cuando en 1979, irrumpió en Irán un movimiento político en el que convergieron distintas manifestaciones, como el islam, el comunismo y el nacionalismo. Dentro de estas, destacó el grupo de religiosos musulmanes chiitas encabezado por el Ayatollah Khomeini. El haber derrocado al régimen del sha Mohammed Reza Pahlevi, que sostenía para entonces los intereses estadounidenses en el Medio Oriente, convirtió a la revolución iraní, y en especial a su propuesta de república islámica, en una opción atractiva para las luchas anticoloniales en los países vecinos, lo que precedió a su guerra con Irak entre 1980 y 1988.
En el marco histórico apenas descrito se sitúan entonces los intercambios recientes entre Irán e Israel, los cuales han incluido ataques a representaciones diplomáticas y lanzamiento de drones y misiles. Las razones del ataque al consulado iraní en Damasco son todavía objeto de discusión, al igual que el propósito implícito en la respuesta de Teherán. Sin embargo, al verlos como parte de añejas disputas entre distintos proyectos políticos en el Medio Oriente, esos intercambios sugieren que, actualmente, el único proyecto de carácter regional capaz de postrarse frente al proceso de colonialismo y despojo en Palestina es el Irán posterior a la revolución de 1979. En este sentido, los ataques hacia territorio controlado por Israel se suman a la inmutabilidad de los gobiernos de los principales países árabes ante el genocidio que actualmente ocurre en la Franja de Gaza.
Conviene entonces preguntarse si la propuesta de república islámica planteada por Irán es vista actualmente como la alternativa política más viable en el Medio Oriente. A primera vista, podríamos pensar que sí, ya que agrupaciones en varios países, como Líbano, Yemen, Irak, alinean sus objetivos con la propuesta iraní. Sin embargo, al indagar más, nos damos cuenta de que la propuesta iraní enfrenta contendientes importantes en el ámbito regional que van desde lo seglar hasta lo musulmán sunní, quienes se benefician comúnmente de las estructuras estatales, apoyadas éstas por los intereses cupulares de Estados Unidos en la región. No obstante, el reto más importante proviene de las condiciones locales que con frecuencia se alejan o incluso chocan con la agenda impulsada desde Teherán.
Dado lo anterior, es necesario entonces pensar al Medio Oriente más allá de la primacía de uno u otro proyecto regional, atribuyendo relevancia también a luchas locales, como la que actualmente libran los palestinos de Gaza. En consecuencia, las luchas locales aparecerían como agendas independientes que retoman proyectos regionales para la consecución de objetivos propios. La discusión pública requiere, quizá ahora más que nunca, de este tipo de lecturas.
*Dr. Erick Viramontes es miembro de la Unidad de Estudio y Reflexión sobre África, Medio Oriente y Sudoeste Asiático del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (COMEXI). Síguelo en X: @e_viramontes
Participación en El Sol de México