Fecha Publicación: 08-03-2024
México acaba de presentar, en la VIII Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), la adopción de la Declaración sobre Política Exterior Feminista para América Latina y el Caribe. Chile, Colombia, Bolivia, Brasil, Ecuador y República Dominicana apoyan esta iniciativa que mostraron como “un hito en la promoción de los principios de igualdad de género en la región”.
Esto suena, desde luego, a excelentes noticias, pero ya hemos visto cómo los nuevos gobiernos de corte autoritario, hacia los que está girando Latinoamérica, pueden saltarse cualquier mandato.
Javier Milei suprimió, al solo llegar al poder, el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad, y su partido presentó una iniciativa de ley para penalizar el aborto, derecho que apenas se había alcanzado en 2020 en Argentina. Ahora ha prohibido el lenguaje inclusivo que considera “adoctrinamiento del marxismo cultural”.
En El Salvador, Bukele declaró que la ideología de género ya no forma parte del sistema educativo y la orden de sacar todo rastro de ésta de las escuelas se apresuró, sin importar el principio de igualdad que prohíbe la discriminación en la Constitución de la República. Esto por mencionar los casos más recientes.
Esta tendencia anti “ideología de género” ha venido en aumento con el surgimiento de grupos conservadores, religiosos y de derecha que la promueven. Dichos movimientos se fortalecen y aceleran cuando los gobiernos son remplazados por regímenes no democráticos que limitan el activismo por los derechos de las mujeres -un peligro para “los valores tradicionales”- con discursos contra la igualdad y restricciones a la protección contra la violencia de género y derechos reproductivos. Desmantelan leyes y políticas públicas y se apoyan en su nula transparencia y rendición de cuentas frente a los defensores de derechos. Estos regímenes disfrazan sus acciones de “democráticas” haciendo referencias a los derechos de la familia, la vida, o realizando consultas públicas para legitimarse.
Este año, habrá elecciones presidenciales en seis países de la región. La primera se ha celebrado ya, dando un segundo periodo a Bukele, lo que muestra, junto a otros casos recientes, que las sociedades no están contentas con el desempeño de las democracias y se están volcando a apoyar propuestas conservadoras, populistas o autoritarias, y esto no es buena noticia para las mujeres. En México viene, seguramente, la primera mujer presidenta, sentando un buen precedente para la historia, pero, aunque la representación y participación de las mujeres en la toma de decisiones son fundamentales para defender sus derechos, no necesariamente se traduce en mejoras en materia de género.
La resistencia de la sociedad a los cambios culturales, entre ellos los avances en la igualdad de género es, sin duda, una de las razones de la regresión democrática. Por eso, el giro autoritario de la región puede desmantelar las conquistas de los movimientos feministas. Habrá que estar pendientes.
Es cierto que en los últimos 50 años se ha avanzado mucho, pero es agotador caminar dando un paso adelante y dos hacia atrás en la eterna lucha por adquirir y conservar los derechos de las mujeres.
*La autora es politóloga y urbanista con experiencia en cooperación al desarrollo, transparencia, rendición de cuentas y participación ciudadana en políticas públicas. Miembro de la Unidad de Estudio y Reflexión de Mesoamérica del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (COMEXI).
Participación en El Economista