Fecha Publicación: 13-04-2022
Pocos países como México tienen un museo dedicado a las intervenciones extranjeras, fruto de nuestra fama, atribuida al barón de Humboldt, de “cuerno de la abundancia” o de nuestra realidad geopolítica. México fue víctima de diversas “guerras injustas”, concepto desarrollado en el derecho romano, continuado en el de las iglesias cristianas de Oriente y Occidente y que estuvo vigente en el siglo XIX. En ese entonces, no faltaron voces en el Congreso estadounidense, en particular la de Abraham Lincoln, quien tachara de inmoral e injusta la invasión a nuestro país y la venta forzada de nuestro territorio.
En el siglo XX surgió el exclusivo club nuclear, que reúne a gobiernos muy dispares, pero todos comparten la prerrogativa de no aplicarse el derecho internacional por más violaciones que cometan. Lo que se olvida es que, a la par de ese club nuclear, surgió un grupo de países –casi todos ellos limítrofes con alguna de las superpotencias nucleares-, que optaron por una vocación pacifista. La elaboración jurídica de sus estatus, al inicio de la Guerra Fría, tiene muchos matices en los casos de Austria, Suecia, Finlandia, Costa Rica, el propio México y otros. Sin embargo, todos ellos parten del referente histórico de la neutralidad militar permanente de Suiza. Su inteligente postura, originada en el siglo XVI, le permitió sobrevivir indemne a la Primera y Segunda guerras mundiales.
Aquellos que siguieron ese modelo tienen un saldo favorable: haber mantenido su integridad territorial y/o su independencia y su relativa prosperidad. En 1983 Costa Rica desbandó a su propio ejército. Sin llegar a esos extremos, la neutralidad se entiende sobre todo en términos militares como la prerrogativa soberana de: no involucrarse en conflictos ajenos, no proveer armamento, no acumular arsenales que amenacen a sus vecinos, no formar parte de alianzas militares, no permitir la instalación de bases militares extranjeras e incluso no facilitar apoyos logísticos en un conflicto. Ni Finlandia, ni Suecia, ni Austria ni México forman parte de alianzas militares aunque sí comerciales.
Nunca fue más claro para nuestro país la necesidad de garantizar activamente su neutralidad que en la llamada Guerra Fría, a raíz de la Crisis de los Misiles, cuando la URSS pudo arrastrar a América Latina, a través de Cuba, a una guerra nuclear. La reacción de México fue más allá de sus fronteras al convocar exitosamente a 33 países de la región, desde 1967, a renunciar de forma permanente al desarrollo o instalación de armas nucleares: el Tratado de Tlatelolco que, con garantías de las propias superpotencias, se replicó en otras zonas del planeta incluyendo África, Pacífico sur, Sudeste asiático y el Asia Central exsoviética. Lamentablemente esa opción no se ha contemplado ni para Europa ni para el Oriente Medio. Mientras algunos países renunciamos a las armas de destrucción masiva, muchos otros persiguen carreras armamentistas ilusorias que al final solo benefician a los grandes productores de armamento y reducen sus países a tableros de ajedrez sangrientos como le sucedió a Irak y Siria, por mencionar algunos.
Los países neutrales y/o de vocación pacifista cuentan con las Naciones Unidas para exponer al mundo su posición ante conflictos armados a través de declaraciones y de votación de resoluciones. En cuanto a las sanciones contra un país agresor éstas sólo pueden ser obligatorias si cuentan con el aval del Consejo de Seguridad, bajo capítulo VI de la Carta. Ciertamente, los conflictos armados no pueden equipararse a eventos deportivos en los que los asistentes vociferen a favor de uno u otro contrincante.
León Rodríguez Zahar es asociado del COMEXI, diplomático, escritor y miembro de la Asociación del Servicio Exterior Mexicano.
Participación en El Sol de México