Fecha Publicación: 17-11-2023
Existe un problema que cada día se vuelve más grande y que, por su continuidad, se ha vuelto casi invisible e imperceptible a los ojos del mundo. Nos hemos vuelto tan fríos que, a pesar de vivir con sus causas y sus problemas, no dimensionamos las consecuencias que tienen para la población y para los Estados, tanto social como económicamente.
En el caso de la región latinoamericana este problema tiene que ver con el cambio en las condiciones de cada nación pues este fenómeno ha venido a modificar el paradigma que se tenía desde hace muchos años: me refiero puntualmente a la migración y a los efectos provocados a lo largo y ancho del continente.
Resulta entonces que las tendencias migratorias se han ido actualizando y, aunque en su mayoría siguen buscando el llamado sueño americano en los Estados Unidos, muchos migrantes han empezado a optar por otras alternativas que salen de la idea tradicional de los que migran y que, si no eran nuestros vecinos del norte, siempre se pensaba en Europa.
Sin embargo, el hecho de encontrar nuevos lugares o países para poder migrar no siempre tiene que ver con lo que las otras naciones ofrezcan, pues en Latinoamérica la mayoría de las naciones ofrecen lo mismo desde siempre. Claro, hay que entender que todos tienen sus particularidades y aristas, empero, todos compartimos la misma esencia y no hay una sola nación en la región que permita y promueva el desarrollo como las grandes urbes y países del planeta; es decir, estamos lejos de vivir la idea tradicional de los europeos, canadienses o estadounidenses.
Pero el punto va más allá de estas reflexiones y de lo que tengan para ofrecer a los migrantes los pueblos latinoamericanos, se trata de que el migrante de ahora también ha evolucionado en su pensamiento y forma de migrar. Pareciera que antes existían límites para poder tomar la decisión de dejar tu hogar. Se necesitaba un verdadero objetivo, sobre todo económico, para impulsar a las personas a cambiar de país, de forma de vida, de idioma, de comida y hasta de cultura.
El punto es que ahora nuestros migrantes no ven en la migración una oportunidad para poder mejorar sus condiciones de vida o las de sus familiares, sino que ahora la migración se ha transformado en un paliativo a corto plazo del derrumbe social y económico que representa vivir en las zonas alejadas y marginales de cualquier nación de Centroamérica, Sudamérica y el Caribe también, esto es, antes se buscaba llegar a Roma, Madrid, Miami o Los Ángeles para salir de la pobreza, ahora el migrante se conforma con salvar la vida si es que vive en La Habana, Managua, Caracas, Quito o Puerto Príncipe.
La migración ha evolucionado a tal nivel que todas aquellas situaciones dignas de películas hollywoodenses se han ido transformando en realidad a través de todas y cada una de las rutas que los nuevos migrantes van trazando. Anteriormente se pensaba que el punto más peligroso para el migrante era el cruce del desierto de Arizona o de atravesar nadando el Río Bravo. Ahora podríamos agregar nuevos puntos geográficos tales como sobrevivir a Tapachula en el sur de México o a cruzar El Darién, frontera entre Colombia y Panamá en donde ninguno de los dos países tiene un control absoluto.
A este drama hay que sumar todos los problemas de quienes se han apoderado y aprovechado de la falta de estado de derecho en los países que antes eran de tránsito y que ahora son una opción real para quedarse a vivir: el crimen organizado. Estas organizaciones no sólo se han enfocado en vivir de la extorsión de estos migrantes que no tienen nada, además de utilizarles, a costa de su propia vida, como mulas para el trasiego de droga y de actividades delictivas que los Estados no pueden controlar debido a que no hay un registro formal de la cantidad de migrantes que se encuentran en el limbo en estos países.
Por si fuera poco, siempre hay que considerar que las migraciones representan un problema para naciones que no pueden ni con su propia población. Países como Costa Rica, Panamá, El Salvador, Honduras, Guatemala, Colombia y México que no tienen los recursos y elementos necesarios para brindar seguridad y certeza económica a sus propios ciudadanos tampoco son capaces de ofertar mejores opciones de vida para quienes llegan a sus tierras.
La gran problemática para estas naciones receptoras de migrantes no es que oferten oportunidades reales de una mejor vida, sino que simplemente representan opciones de supervivencia que algunas otras naciones, por increíble que parezca, no pueden garantizar a sus ciudadanos. La corrupción, la falta de inversión al campo, a la educación, al emprendimiento, a la seguridad social y a la salud vuelven a estas naciones tierra fértil para migrar, para no querer estar porque lo único que estos malos gobiernos no pueden quitar a sus ciudadanos son los deseos de sobrevivir y de trascender. Porque, aunque se diga que siempre se puede estar peor, como se atreven a decir las sociedades que sufren las consecuencias de recibir migrantes, también se puede estar mejor, como lo afirman todos aquellos que buscan mejores oportunidades de vida.
FERNANDO ABREGO CAMARILLO es Doctor en Ciencias Administrativas por el IPN. Profesor de telesecundaria en los SEIEM además de investigador y catedrático de tiempo completo en la academia de Bloques Regionales de la Escuela Superior de Comercio y Administración Unidad Santo Tomás en el IPN. Asociado de COMEXI. Sígalo en @fabrecam
Participación en El Economista