Fecha Publicación: 12-05-2023
Las remesas siguen imparables y batiendo todos los records posibles. En el 2022 ingresaron al país 58.5 mil millones de dólares, un alza anual del 13.4 por ciento de acuerdo con Banco de México. Esta cantidad se duplicó en seis años. En febrero del 2023 el monto fue de 4.34 mil millones de dólares, un avance del 11.2 por ciento anual.
Históricamente los gobiernos mexicanos se han colgado la medalla de las nuevas marcas alcanzadas. El actual no ha sido la excepción. Sin embargo, ¿deben las autoridades vanagloriarse de estas cifras? ¿No debería de ser una vergüenza que millones de mexicanos fueron orillados a abandonar su país por la falta de oportunidades?
Para empezar, las remesas son transferencias de dinero de una persona que trabaja en el extranjero a su familia que está en su país de origen. Son una fuente esencial de ingresos para los hogares de países de ingreso medio y bajo porque según el Banco Mundial están asociadas en aliviar la pobreza, incrementar el consumo, mejorar los resultados nutricionales e incidir en mayores tasas de matriculación.
Estas transferencias representan alrededor del 4 por ciento del producto interno bruto (PIB) del país según un calculo del banco BBVA. Tan sólo en el 2022, México recibió el 7.1 por ciento del flujo de remesas mundial convirtiéndose en el segundo mayor receptor mundial, superando por más de 7 mil millones de dólares a China que ocupa el tercer lugar.
Datos del Centro de Estudios Monetarios Latinoamericanos revelan que en México 4.9 millones de hogares y 11.1 millones de adultos recibieron transferencias del exterior por parte de sus familiares. Es una cifra colosal para una nación de 128 millones de habitantes. Por esto, las remesas son la segunda fuente de divisas más importante del país, inclusive por encima de las exportaciones manufactureras del sector automotriz, que son el motor de la economía nacional. Asimismo, derivado de la relocalización industrial -el famoso nearshoring- el país se ha convertido en el destino predilecto de la Inversión Extranjera Directa (IED). Pese a esto, las remesas superaron en un 58.5 por ciento los montos de IED que fueron de 35.3 mil millones de dólares en el 2022. Así de importantes son.
Por otro lado, los registros oficiales muestran que entre 2000 y 2020 las remesas aumentaron un 500 por ciento, pasando de 6.5 mil millones a 40.6 mil millones de dólares. El monto promedio paso de 292.5 dólares a 376.7 en el mismo lapso.
Esto ha tenido un efecto positivo significativo en el consumo sobre todo para familias de menores ingresos en ciertos estados del sur y sureste del país. Aunque, la reciente apreciación del peso ha traído consecuencias negativas para los receptores ya que su dinero vale menos, en detrimento de su poder adquisitivo.
Cabe recordar que las remesas fueron uno de los principales contrapesos de las familias para enfrentar la pandemia de la COVID-19 ante la falta de apoyos fiscales en México, en contraste con el resto de mundo.
En realidad, el fondo del asunto es que los migrantes mexicanos están financiando la incapacidad gubernamental. Las cifras record de las remesas evidencian el rotundo fracaso de la actual y las pasadas administraciones en crear oportunidades de desarrollo sostenibles y sustentables para la población. Ni siquiera pueden garantizar la seguridad, la cual es su principal función, en comunidades de Jalisco, Michoacán y Guerrero donde se concentran los envíos de estas transferencias.
Por lo tanto, el gobierno mexicano debería de agradecerle a los migrantes, en vez de alardear lo que tanto les ha costado a ellos, porque sus recursos han sido una válvula de escape ante su inacción de brindarle mejores condiciones de vida a la población. Así, han logrado evitar una enorme crisis social, económica y política.
Los logros de las remesas son solo de los trabajadores mexicanos que están en el extranjero -y no de ningún gobierno- ya que les fue negado el camino para salir adelante en su país.
Asociado del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales. Profesor de del Tec de Monterrey. Cuenta con maestrías en la London School of Economics y Sciences Po Paris.
Participación en El Economista