Fecha Publicación: 12-05-2021
A mediados de abril de este año, el Presidente Biden anunció el fin de la llamada “guerra más larga” en la historia de Estados Unidos. Específicamente, se trata del fin de la presencia militar estadounidense en Afganistán que consiste en dos ejes. Por un lado, una salida política a la guerra –léase alcanzar un acuerdo con los talibanes. Por el otro, el retiro acelerado y definitivo de tropas estadounidenses antes del 11 de septiembre de 2021 –se trata de aproximadamente 2,500 efectivos restantes, de los 10,000 que había para el final de la administración Obama en 2016, y los 100,000 que en agosto de 2010 alcanzaba su máximo
Un evento de tal magnitud invariablemente reconfigurará el escenario en la región. Al margen de las implicaciones geopolíticas, que será necesario tocar en otro momento, la declaración del Presidente Biden tendría que leerse más como la continuación de una política exterior estadounidense en Afganistán que ha trascendido administraciones y partidos políticos. ¿Cómo se llegó a una negociación política con los talibanes y al retiro de las tropas estadounidenses? Convendría remontarse al pasado reciente, a fin de responder esta pregunta.
En diciembre de 2009, mientras daba un discurso en la academia militar de West Point, el entonces Presidente Obama haría dos anuncios cruciales: a) el incremento sin precedente de tropas estadounidenses en Afganistán, y b) un plan de retiro de tropas estadounidenses de territorio afgano, mismo que iniciaría en julio de 2011 –es decir, año y medio a partir del anuncio. Estos avisos fueron una contradicción en sí misma para propios y extraños: hablar de un incremento sin precedente de tropas a la par de un plan de retiro de las mismas, no sólo era poco realista, sino que tendría implicaciones a nivel táctico-operacional.
Y así fue, por una parte, envalentonó a los talibanes quienes, basándose en el anuncio presidencial, iniciaron una intensa serie de operaciones de información para cooptar, intimidar o coaccionar a la población afgana. El mensaje sorprendía lo mismo por su simplicidad como por su efectividad: “ellos se van, tú te quedas”. Por otra parte, el anuncio confundió a actores políticos y sociales clave, tanto a nivel local como en el gobierno central, que habían brindado algún apoyo a las fuerzas estadounidenses y de la OTAN, ocasionando una reducción considerable en la colaboración y la provisión de inteligencia. Más importante aún, se interrumpió el incipiente proceso de construcción de cuerpos de seguridad afganos.
De modo que los efectos positivos esperados por el incremento de tropas, se vieron neutralizados desde el momento en que se anunció la temporalidad de los operativos militares estadounidenses. Al respecto, quizás una de las críticas más lúcidas al cambio de la política exterior estadounidense en Afganistán corrió por cuenta de Henry Kissinger.
De manera similar, hoy hay quienes piensan que la salida de Estados Unidos es un error con múltiples ramificaciones. En esta ocasión, una de las críticas más precisas proviene de James Dobbins, investigador senior de la RAND Corporation. La salida de Estados Unidos de Afganistán, sostiene Dobbins, será un golpe a la credibilidad estadounidense, al principio de disuasión y al valor del respaldo estadounidense; incrementará el riesgo de la amenaza terrorista en esta región del mundo, así como la posibilidad del regreso estadounidense en peores condiciones; y se deja una espiral de violencia con potencial para escalar a guerra civil. Más aún, se envía el mensaje de que a Estados Unidos no necesariamente se le tiene que ganar, sino resistir.
Concluyo señalando que, guardadas las debidas características de cada contexto, la experiencia estadounidense en Afganistán ofrece claves –y dilemas– vigentes para nuestro país. Una de ellas gira en torno a las tensiones que pueden generarse en las relaciones civiles-militares –como lo plasmó el historiador Hew Strachan en la revista Survival. Una segunda reside en el difícil, necesario y, paradójicamente, insuficiente proceso de construcción de instituciones, particularmente de seguridad. Un tercer aspecto tiene que ver sobre lo relativamente fácil que es desplegar a las fuerzas armadas, pero lo increíblemente difícil para determinar hasta cuándo dejar de usarlas.
* Consultor y Asociado Comexi