Fecha Publicación: 17-02-2023
El mundo se volcó en 2022. La invasión de Rusia a Ucrania marcó un antes y después en el orden internacional y en la configuración de los equilibrios geopolíticos. La guerra visibilizó el juego de inseguridades y el desdoble de las partidas de ajedrez entre potencias centrales y regionales, a propósito de aprovechar la catarsis y conquistar más espacios de poder y hegemonía al tiempo de incrementar los márgenes de autonomía de los estados para acreditar una menor dependencia de terceros países.
El regreso prístino de la realpolitik es una realidad. La motivación de Vladimir Putin de reescribir la historia, empuñar la política revisionista y enfrentar ese cúmulo de nostalgia que lo llevó a declarar que “la disolución de la Unión Soviética fue la mayor tragedia geopolítica del siglo XX” han sido los vectores del mega shock sufrido con esta conflagración, cuyos grandes y pequeños jugadores buscan reacomodarse frente a los dictados del nuevo entorno geopolítico y del coctel de intereses nacionales.
A lo largo de un año de guerra, fuimos testigos de la plena reconfiguración de las alianzas geopolíticas en el mundo. La conflagración realineó los intereses dispares entre Rusia y China para enfrentar la supremacía de Occidente y defender un orden multipolar que les confiera un lugar digno en la correlación de fuerzas políticas, sin subordinación a Washington y cuestionando el excepcionalísimo liberal estadounidense.
La invasión a Ucrania revitalizó las relaciones trasatlánticas fortificando a la Unión Europea y la OTAN. Tras décadas de discusión pública, Suecia y Finlandia optaron por ingresar a la alianza militar más grande del mundo; Alemania dio un giro constitucional para romper con su pacifismo y Suiza replanteó su neutralidad histórica en conflictos bélicos. Como señaló Joseph Borrell, el Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, el cambio más sustantivo fue el nacimiento de la “Europa geopolítica” y el ADN militarista de Bruselas.
Con toda intención, Putin pateó la política del China First de Washington. El mensaje era implacable: antes de frenar, restar o contrapesar a China, primero deberán de lidiar con Rusia y atender sus reclamos históricos. Para el mandamás ruso, convertirse en espectador de la rivalidad sino-estadounidense significaba relegarlo a un incómodo segundo plano y dilatar el destino de Rusia como superpotencia.
El imperativo geopolítico de Putin ha sido brutal: el anhelado “siglo del pacífico” deberá esperar. Rusia gana primacía si Europa regresa a la escena geopolítica global. Con esto en mente, el gigante asiático debía aprovechar la oportunidad de la guerra en el centro europeo para avanzar en su agenda con Taiwán.
Tras los movimientos tectónicos de la geopolítica global, la economía debía sufrir ajustes y reacomodos. Más allá de la zaga energética sobre la reducción del petróleo ruso por parte de Bruselas, el punto de partida lo marca nuevamente la geografía. Favorecer cadenas de producción y valor más cortas y seguras, así como priorizar las relaciones comerciales y de negocios bajo los criterios del near y allyshoring.
No podemos normalizar esta guerra. Se trata de la invasión militar más grande de Europa y el momento más delicado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y de la Guerra Fría. Una conflagración que también se enmarca en la guerra entre las democracias y autocracias. El llamado de atención es a seguirla de cerca porque de ella depende la nueva fisonomía del mundo y el parámetro externo con el que cada país debe trabajar.
Rina Mussali es Coordinadora de la Unidad de Estudio y Reflexión de la Guerra Rusia-Ucrania, COMEXI.
Participación en El Economista