Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales

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2024-12-06 10:05

OPORTUNIDADES PERDIDAS: LA SEGUNDA GUERRA FRÍA

Publication Date: 08-02-2023

Algunos analistas consideran que fue el 10 de febrero de 2007, hace casi 16 años, durante la Conferencia de Seguridad celebrada en Münich, cuando Vladimir Putin, ya en su segundo mandato presidencial, dejó claro su oposición y extrañamiento con respecto a la ampliación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, la OTAN, en dirección a la antigua esfera de influencia soviética: “Resulta que la OTAN ha puesto sus fuerzas de primera línea en nuestras fronteras...Y tenemos derecho a preguntar: ¿contra quién se dirige esta expansión? ¿Y qué pasó con las garantías que nuestros socios occidentales dieron tras la disolución del Pacto de Varsovia?” Aunque algunos asistentes respondieron al mandatario ruso que la incorporación de nuevos integrantes fue una decisión soberana y que en el fondo lo que se buscaba era afianzar las fronteras centro-orientales de Europa, Robert Michael Gates, quién fuera secretario de Defensa norteamericano de 2006 a 2011, admitió más tarde que “tratar de incorporar a Georgia y Ucrania a la OTAN fue una exageración...fue un caso de imprudencia al ignorar lo que los rusos consideraban sus propios intereses vitales”.

En resumidas cuentas, “la relación con Rusia había sido mal gestionada”. Incluso, un partidario de la neocontención como Zbigniew Brzezinski, llegó advertir que una propagación precipitada de la Alianza Atlántica hasta los confines rusos podría resultar a todas luces contraproducente: “La ampliación de la OTAN no debería dirigirse promoviendo histerismos antirrusos que con el tiempo podrían convertirse en predicciones que provocaran su propio cumplimiento”.

¿Pudo evitarse la invasión rusa a Ucrania en febrero de 2022 de haberse conducido con mayor prudencia? Cuando el entonces ministro de Defensa alemán, Volker Rühe, declaró poco después de la implosión de la Unión Soviética, en marzo de 1993, que “nosotros no excluiremos a nuestros vecinos del Este de las estructuras euro-atlánticas de seguridad”, el antecesor de Putin, Boris Yeltsin, propuso que los antiguos integrantes del Pacto Varsovia adoptaran el modelo finlandés de neutralidad. Para calmar los ánimos del Kremlin, Les Aspin, secretario de Defensa durante la Administración Clinton, impulsó la Asociación para la Paz o APP, un instrumento de la OTAN para tender puentes con Europa centro-oriental y las antiguas repúblicas soviéticas.

Aunque al principio, Moscú se sumó al acuerdo, en parte porque la APP invitaba a sus viejos adversarios a sumarse no como signatarios con prerrogativas plenas sino como asociados bajo un clima de cooperación y respeto a la integridad territorial, pronto quedó claro que la APP se había diseñado con el fin de alistar futuras adhesiones y en febrero de 1994 suscribieron el convenio Eslovaquia, Hungría, Polonia y la República Checa en una primera tanda. Posteriormente, se sumarían las repúblicas bálticas, Rumanía, Bulgaria, Moldavia y Albania.

En este sentido, aunque la OTAN también estableció el Programa de Asociación Individual que reconocía a Rusia en su carácter de “gran potencia según la fórmula 16+1” a fin de mantener “un diálogo profundizado” entre Moscú y Washington, lo cierto es que a diferencia del Grupo de Visegrado u otros integrantes del finado Pacto de Varsovia o de la extinta URSS, Rusia nunca fue invitada formalmente a formar parte de la Alianza Atlántica. En efecto, aún cuando la cancillería rusa presionó diplomáticamente para que no fuese excluida de los asuntos este-europeos, el bloque noratlántico, lejos de aprovechar la culminación pacífica del régimen soviético y la tendencia pro-occidental del gobierno de Boris Yeltsin y de su Ministro de Asuntos Exteriores, Andréi Kozyrev, prosiguió extendiendo su membresía allende el Río Elba, invocando el espectro de Yalta.

Acaso no habría sido mucho más provechoso y constructivo para la Alianza Atlántica incorporar a la Federación Rusa como otro socio estratégico, el país más extenso del orbe con sus inconmensurables recursos energéticos, industriales, tecnológicos y militares y más de 20,000 km de frontera terrestre repartida entre 15 países de Europa, Transcaucasia, Asia Central y el Lejano Oriente, incentivando a su dirigencia a velar por la seguridad de la Comunidad de Estados Independientes como un poder mediador y pacificador bajo los auspicios de las Naciones Unidas, la OSCE o la Unión Europea como alguna vez propusiera el politólogo alemán, Peter W. Schulze? Después de todo, no se entendería la historia del equilibrio europeo sin la contribución rusa en el fin de las guerras napoleónicas o en la derrota del Tercer Reich.

Dr. Víctor Francisco Olguín Monroy es profesor en Relaciones Internacionales por la UNAM, catedrático invitado del CESNAV e integrante del Centro de Estudios de Eurasia y de la Unidad de Estudio Rusia-Ucrania del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (COMEXI).

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