Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales

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2024-04-17 16:29

LA DISYUNTIVA ETÍOPE

Fecha Publicación: 03-06-2021

Si no hay cambios de último momento, Etiopía, el país de más peso en el Cuerno de África y sede de la Unión Africana -el mayor organismo regional del continente-, celebrará las elecciones más importantes de su historia reciente el próximo 21 de junio.

Los comicios proyectados para finales de mes han sido pospuestos en dos ocasiones, la primera en 2020, arguyéndose la pandemia como obstáculo insalvable para celebrarlos, y la segunda a finales de mayo, cuando las autoridades electorales etíopes, que ante la primera postergación de las elecciones fijaron como nueva fecha el 5 de junio, argumentaron que la continua situación de tensión social e inestabilidad en varias regiones del país impedía que el empadronamiento electoral avanzara como previsto.

La justa electoral convocada por Addis Abeba es crucial pues no sólo decidirá el rumbo del nuevo gobierno del país, sino también el futuro de los cruentos conflictos que azotan a varias de sus provincias. En particular, será una elección decisiva para el porvenir de la guerra en el Tigray e, incluso, para toda la región del Cuerno africano, una de las más conflictivas e inestables del continente.

Etiopía es uno de los países más poblados de África, con poco más de 112 millones de habitantes es el segundo en población, tan sólo después de Nigeria, y uno de los más diversos cultural, étnica y religiosamente hablando. En su territorio conviven, no siempre cordialmente, los pueblos amárico y tigriña, los oromo, los somalíes y decenas de otras naciones y etnias. Un crisol que se ha convertido a lo largo de las últimas tres décadas en el principal obstáculo para el despegue etíope.

Con una historia tan milenaria como truculenta, Etiopía es todo un caso de estudio cuando de África se trata. Tan sólo en el siglo veinte el país ha sobrevivido la invasión y ocupación de la Italia de Mussolini; la caída del emperador Haile Selasie y la posterior revolución de inspiración marxista-leninista que estableció una dictadura de partido único bajo el mando de Mengistu; hambrunas de proporciones bíblicas; el paso por su territorio de tropas soviéticas y cubanas; la independencia de su otrora provincia, Eritrea, y la guerra que siguió a dicha escisión. Con todo ello, lo que Etiopía no ha logrado sobrevivir del todo, son las pulsantes tensiones entre su plétora de etnias y credos.

Cuando Abiy Ahmed, el actual primer ministro, se convirtió en la cabeza del gobierno etíope en 2018, todo fueron buenos augurios. Se trataba de la primera vez que alguien de su etnia, los oromo, la segunda más numerosa después de los amara, llegaba a tan alto encargo político. También la primera vez que un musulmán lo hacía, a pesar de tener una presencia importante en el país a los mahometanos siempre se les ha considerado ciudadanos de segunda clase, en parte porque la conformación de la identidad nacional etíope gira en torno a la cristiandad de sus tribus más septentrionales, los tigriña y los amara.

La esperanza puesta en Ahmed fue compartida no sólo por los oromo y otras etnias, más allá de los amara y los tigriña, entre quienes por más de un siglo se había concentrado hasta entonces el destino político del país, sino también por actores internacionales como China, Estados Unidos y la Unión Europea, todos con importantes intereses económicos, políticos y estratégicos en Etiopía. Las acciones que Ahmed emprendió para contrarrestar la lapidaria corrupción en el país y sus esfuerzos por firmar la paz con la vecina Eritrea tras más de 20 años de conflicto bilateral fueron aplaudidas y merecieron, incluso, que el comité del premio Nobel de la paz le honrara con el galardón al año de haber llegado al poder.

Todo ello se ha empañado de manera estrepitosa en los últimos meses. Primero fue la creación de un nuevo partido político del que se autoproclamó cabeza, y que constituye la principal fuerza política de cara a los comicios del próximo día 21, y luego el posponer las elecciones a sazón de la pandemia. Ello seguido del cruento conflicto armado en la provincia del Tigray, iniciado en noviembre del año pasado. Una suerte de guerra de guerrillas en la que el ejército etíope, apoyado in situ, aunque de manera ilegal y denunciada por la comunidad internacional, por el ejército eritreo y por guerrillas amaras, armadas, en parte, por este último, combate al Frente de Liberación del Pueblo Tigriña, un grupo paramilitar de factura étnico-nacionalista. Un conflicto que de acuerdo con Naciones Unidas ha derivado en una aguda crisis humanitaria, en la que 2.5 millones de niños están en peligro de desnutrición y en la que se han utilizado la violación y las ejecuciones masivas como arma de guerra.

El futuro de Etiopía es tan incierto como el de Abiy Ahmed. Si el 21 de junio el voto le favorece, podrá continuar con su proyecto político y, de contar con el previsible apoyo de las fuerzas militares eritreas, zanjar el conflicto en Tigray, con las pérdidas humanas que ello conllevaría. Si Ahmed pierde las elecciones, previsiblemente habrá un vacío de poder, difícil de llenar ante una polarización de partidos políticos, etnias y filiaciones religiosas, aunque también la oportunidad de buscar soluciones al conflicto en Tigray con menor coste de vidas humanas. La decisión se tomará en las urnas.

*Asociado Comexi

@gomezpickering