Fecha Publicación: 02-01-2023
A inicios de diciembre de 2022 ocurrió en Alemania uno de los episodios más extravagantes y misteriosos del año: 3,000 elementos policiacos, algunos pertenecientes a la unidad de élite GSG 9, detuvieron en distintos lugares del país a veinticinco personas de la “Unión Patriótica”, acusadas de planear un golpe de Estado para restablecer la monarquía. Las imágenes hablan por sí solas: helicópteros, patrullas, encapuchados y un aristócrata turingio de 71 años –Enrique XIII de Reuss– esposado afuera de su mansión en Fráncfort. Entre los detenidos también están un chef estrella de Múnich –Frank Heppner–; un miembro de las Fuerzas Especiales del Ejército; una exdiputada del partido Alternativa para Alemania (AfD) con inclinaciones esotéricas –Birgit Malsack-Winkemann– y varios adeptos de una organización leal al Imperio alemán de 1871 –“Ciudadanos del Reich”–. También se dijo que los golpistas divulgaban teorías conspiracionistas, reclutaban miembros para formar un ejército, poseían un nutrido arsenal y habían entablado contacto con Rusia. No es Chile en 1973, Argentina en 1976 o Turquía en 2016: es Alemania en 2022.
Las autoridades tendrán sus razones para orquestar una de las operaciones antiterroristas más espectaculares de la posguerra. Según Nancy Faeser, ministra del Interior y quien lució recientemente en un estadio catarí el brazalete multicolor “One Love”, la amenaza era bastante seria. Y declaró al periódico Bild que el número de involucrados con los “Ciudadanos del Reich” había aumentado, en comparación con el año anterior, de 21,000 a 23,000.
En 2021, continuaba la ministra, se registraron 239 actos violentos. Es más complicado suponer que bastaría la toma del Reichstag a pistoletazos para dinamitar la democracia alemana y provocar un sismo en la Unión Europea. Además, según el presidente de la Oficina de Protección de la Constitución, Thomas Haldenwang, las autoridades estaban informadas desde principios de año sobre los planes de los golpistas. Pero quizá sea posible entender mejor la lógica del alarde policiaco pensándolo como una escenificación destinada a cultivar la fantasía del Estado como un grupo de personas separadas del resto de la sociedad. Por otro lado, aunque en la práctica las autoridades no puedan acabar con la extrema derecha, es importante mostrar que se les combate con denuedo para consolidar el orden democrático. Sobre las diferencias entre los nostálgicos del nacionalsocialismo, los críticos de la política migratoria y los monárquicos, no hay cosa alguna que decir y tampoco sobre las contradicciones de la democracia liberal: ¿para qué complicarse si con las poderosas imágenes de la razia se puede exigir la regulación de armas, reformar el Ejército, hacer política partidista o desalentar el voto por los partidos incómodos?
La función ha gustado tanto que la crítica reclama de forma unánime integrarla para siempre al repertorio. Gran titular del semanario Der Spiegel: “Operación golpe de Estado”. En saco tweed, el gesto hosco, la mirada penetrante, casi Bismarck, Reuss aparece frente a una bandera rojinegra del Imperio alemán. En las primeras páginas, se enlistan los “atentados de extrema derecha” recientes, incluido el tiroteo en Hanau de 2020. El experto en terrorismo, Peter R. Neumann, declaró para Redaktionsnetzwerk (RND) que “la extrema derecha representa la mayor amenaza terrorista en Alemania”. Sebastian Hartmann, diputado socialdemócrata, en una airada intervención, agradecía a los policías la defensa del orden democrático, acusaba a la AfD de “minimizar el terror de la derecha radical” y les recordaba que Paul Von Hindenburg destruyó con 77 años la República de Weimar, al tiempo que prometía “desarmar a todos los ‘Ciudadanos del Reich’”. El líder del partido democristiano, Friedrich Merz, por su parte, añadió que no se trataba de un “cabaré ni de una broma”. En Internet, más de uno agradecía que la policía hubiera salvado a Alemania de “un nuevo Hitler”. Bien decía el dramaturgo vienés Hugo Von Hofmannsthal que los “poderes mágicos” de la política obedecían a quien supiera conjurarlos.
Participación en El Economista