Publication Date: 07-12-2022
Hace 21 años, cuando fue desmantelada la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), cuatro nuevos países -Rusia, Kazajstán, Bielorrusia y Ucrania- albergaban en sus territorios, armas nucleares. A continuación, se produjeron negociaciones para que tres de ellos entregaran sus arsenales a Rusia quien, en adelante, sería el único facultado para poseerlas como heredero de las responsabilidades internacionales de la extinta URSS.
Ucrania, no bien se desintegró la URSS, tenía reticencias respecto a su seguridad, debido a que consideraba que poseer armas nucleares podría brindarle cierta protección frente a su poderoso vecino Rusia. Fue por ello que Kiev fue conminado a suscribir el Memorándum de Bucarest con Rusia -que también fue signado por Bielorrusia y Kazajstán- con el aval también de Estados Unidos y Gran Bretaña, mismo que otorgaba a Ucrania -y a Minsk y Almaty- garantías de seguridad, de manera que Rusia, Washington y Londres se comprometían a no atentar de ninguna forma contra la integridad territorial ni la independencia de esas naciones en la era postsoviética. Como resultado del Memorándum de Budapest, Ucrania entregó a Rusia 5 000 bombas atómicas, 220 vehículos vectores de largo alcance, además de 176 misiles balísticos intercontinentales y 44 aviones con capacidades para portar y atacar con armas nucleares.
Eran los tiempos de la posguerra fría, cuando las armas nucleares eran vistas como no viables para los conflictos armados. Con todo, poco a poco la posibilidad de usar armas nucleares en el campo de batalla, ha ganado terreno. Esta idea se gestó en una región más remota que en la que se asienta Ucrania: Asia nororiental. Corea del Norte, que se había adherido en 1985 al Tratado de No-Proliferación de Armas Nucleares (TNP), decidió denunciarlo desde 1993, si bien concretó su salida el 10 de abril de 2003. Corea del Norte, por cierto, no sólo se retiró del TNP sino que ha desarrollado ensayos nucleares y probado misiles balísticos que han alcanzado los espacios aéreos de Japón y Corea del Sur.
Hoy en el marco de la “operación militar especial” de Rusia en Ucrania, Moscú y Minsk anunciaron, el 25 de junio, que el gobierno de Vladímir Putin transferirá capacidades nucleares a la vecina Bielorrusia, proceso que tomará varios años y que seguramente dependerá de lo que ocurra en los procesos ampliacionistas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). No se debe pasar por alto, sin embargo, que en Bielorrusia hubo un referéndum, tres días después del arranque de la “operación militar especial” de Rusia en Ucrania, para echar abajo una disposición constitucional que prohíbe que el país albergue armas nucleares. No es un tema menor: son bien conocidas las tensiones existentes en Bielorrusia y sus vecinos Polonia y Lituania, ambos socios de la OTAN.
Más grave es saber que también en Occidente se están dando pasos para mermar el régimen de no-proliferación de armas nucleares. El presidente de EEUU Joe Biden, en su más reciente revisión de la política nuclear del país dada a conocer el pasado 27 de octubre, echa por tierra el argumento de que las armas nucleares sólo son disuasivas y las coloca ya como una posibilidad real para su uso en combate, en particular con mini-nukes -esto es, armas nucleares con cargas nucleares semejantes a las que incineraron Hiroshima y Nagasaki el 6 y 8 de agosto de 1945-, dado que considera que los grandes arsenales nucleares son viejos y no sólo eso, sino que dejaron de imponer “respeto” y de cumplir funciones disuasorias ante potencias nucleares -léase Rusia y la República Popular China- o bien Corea del Norte y hasta Irán -éste último que no tiene armas nucleares pero desea desarrollarlas.
Putin mismo ha dicho que contempla el uso de armas nucleares “tácticas” contra Ucrania. También se ha ventilado la posibilidad de que Ucrania pudiera elaborar una “bomba sucia” con combustible de la Central Nuclear de Zaporiya. En este mar de malas noticias respecto a la contención de la amenaza nuclear, Corea del Norte afirma que lo sucedido en Ucrania es una lección para el mundo y que no desmantelará su programa nuclear para evitar que, a la postre, Estados Unidos atente contra la soberanía y la integridad territorial del país. En otras palabras: el conflicto entre Rusia y Ucrania ha debilitado al régimen de no-proliferación nuclear al punto de que no sólo ahora se considera viable usar armas nucleares en el campo de batalla, sino que, entorpece cualquier negociación encaminada a destensar Asia nororiental donde muy posiblemente se está gestando la tercera guerra mundial.
Integrante de la Unidad de Estudio del COMEXI sobre la crisis Rusia-Ucrania. Presidenta del Centro de Análisis sobre Paz, Seguridad y Desarrollo Olof Palme A. C. Profesora e investigadora de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. mcrosas@unam.mx Twitter: @mcrosasg.
Participación en El Sol de México