Publication Date: 23-11-2022
A finales de octubre, el político socialdemócrata alemán Sigmar Gabriel, contagiado por la euforia futbolera, criticó en Twitter la organización del Mundial en México en 2026: “En ese país son asesinadas unas mil mujeres por año y las cifras no registradas son mucho mayores”. “Veremos”, continuaba el exministro de Asuntos Exteriores, “si juzgamos tan duro a un país cristiano como lo hacemos con uno musulmán” (refiriéndose a las críticas a Qatar, organizador de la justa deportiva este año). En el mensaje se advierte un intento de denunciar la islamofobia, a partir de la relativización delos aspectos del país del Golfo Pérsico que no maridan bien con la agenda socialdemócrata. Sobre las contradicciones ideológicas en las que derivan estos malabares habrá que decir algo en otra ocasión, pero ahora me interesa el Estado mexicano que el dedo flamígero de Gabriel denuncia de refilón.
El tuit revela muchas cosas; para empezar, que México se ha convertido en un blanco fácil para ensayar todo tipo de elucubraciones. Si durante el Mundial de 1986, la mascota mundialista fue Pique, el pintoresco chilito con bigote y sombrero –difícil de tomar en serio, pero al menos gracioso y amigable–, para 2026, después de la “guerra contra el crimen organizado” y la creciente militarización del país, esta bien podría ser un Xipe Tótec, “Nuestro Señor el Desollado”, acompañado de un perro con una cabeza humana en el hocico. Hasta ahí toca poner buena cara y asumir el papel que corresponde en el escenario internacional. Por cierto: a pesar de sus taras conceptuales, Gabriel sabe que no es lo mismo atacar a Estados Unidos o a Canadá –coorganizadores del torneo–. Pero el tuit también transmite la idea que se hacen algunos políticos alemanes de la violencia en México. Está, desde luego, la desconfianza habitual con los gobiernos latinoamericanos: en el reino macondiano de mafiosos, narcotraficantes y feminicidas, toda autoridad es corrupta e ineficiente y por eso es válido afirmar sin paños calientes que “las cifras no registradas son mucho mayores”. Supongo que no caería nada bien especular sobre las “cifras reales” de la migración irregular en Alemania o de la venta ilegal de armas, porque se trata de un país moderno, democrático y disciplinado... Ahora bien, más allá de prejuicios y especulaciones, el tuit establece una relación entre el Estado y la violencia. En consecuencia, las violaciones a los derechos humanos en Qatar y México son perfectamente comparables.
Gabriel ignora (o pretende ignorar) que, a diferencia de las violaciones a los derechos humanos en otros lados, la violencia en México no es strictu sensu una política gubernamental, sino responsabilidad de cárteles narcotraficantes, grupos de autodefensa o asociaciones criminales que actúan a la sombra de estructuras estatales deficientes. Para entender lo que está pasando en México hay que desprenderse de anteojeras ideológicas y escudriñar estos “órdenes no estatales”. Además, en el tuit se trasluce la convicción de que el Estado –reducido al sonsonete weberiano del “monopolio de la violencia”– es la clave para entender todas las violaciones a los derechos humanos. Desde esta perspectiva, bastaría con esforzarse en reforzar las estructuras estatales para salir del atolladero. Nuevamente, Gabriel ignora (o pretende ignorar) que ni siquiera en Berlín el “Estado ideal” corresponde con su “presencia real” en la vida cotidiana; Mitte no tiene nada que ver con las calles de Wedding o el parque Görlitz, donde otros actores negocian el orden político. Encima, el Estado mexicano ha sido históricamente deficitario, sin que esto se tradujera necesariamente en cifras alarmantes de asesinatos. Durante buena parte del siglo XX, la “corrupción”, el “caciquismo” y los “arreglos informales”, que ahora se critican desde la superioridad moral del presente, fueron una alternativa para contener la violencia. Hasta ahora, los gobiernos de la “transición democrática” no han podido ofrecer una propuesta equiparable. Seguir insistiendo en el Estado mexicano como el único responsable de los cadáveres o continuar suspirando por un Estado imaginario como la única solución es no entender nada. Y la ceguera es más perniciosa porque no proviene de un estudiante de primer semestre o de un barrabrava gritando “¡Fue el Estado!” a voz en cuello en el estadio, sino de quien alguna vez representara a Alemania en el exterior.
Participación en El Sol de México