Fecha Publicación: 31-08-2022
Después de un periodo de interregno de 20 años, en otoño de 2021 parecía que había dos senderos para Afganistán, el de ser un país antidemocrático e inestable o el de convertirse en un país antidemocrático e inestable de manera permanente. El primero ya se ha recorrido, sonidos e imágenes de un desastre humanitario han tocado etéreamente todas las latitudes; el segundo camino aún se encuentra en tránsito y depende de lo que la comunidad internacional pueda lograr a la par con el pueblo afgano, al interior y al exterior de Afganistán.
La Misión de Asistencia de Naciones Unidas en Afganistán (UNAMA) ha informado repetidamente que, mientras se avanza en el cumplimiento de ciertos objetivos, suelen surgir nuevas contingencias que frustran los esfuerzos. El desastre humanitario afgano se compone de una lista inconclusa compuesta de factores relacionados al cambio climático, la inseguridad alimentaria, la inoperatividad de servicios e infraestructura, desastres naturales –el terremoto del 22 de junio provocó más de mil decesos en las provincias de Paktika y Khost–, la implementación de políticas restrictivas de las libertades por parte del Talibán, una economía en franca inoperatividad, así como múltiples focos de violencia y de actividad de organizaciones criminales y extremistas. Por otro lado, las emociones locales que mezclan resentimiento, miedo o esperanza, y la pluralidad étnica y cultural, suelen ser elementos abandonados en el análisis internacional.
En contraste, existen barreras que provienen de escritorios lejanos a Kabul. Según el último informe de la Oficina de la Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU, las transferencias, incluso las destinadas a individuos y organizaciones, se encuentran parcial o completamente bloqueadas, lo que complica los flujos de la cadena de suministros. Adicionalmente, la asistencia humanitaria internacional también es marginada por la falta de infraestructura para la conectividad, el financiamiento insuficiente, así como por obstáculos originados por la propia autoridad Talibán. Por último, la rivalidad entre poderes distantes se reflejada usualmente en el ejercicio de la violencia en territorio afgano.
Tras un año de la caída de Kabul y del comienzo de un nuevo periodo regido por el Talibán, un gobierno uniforme no ha sido consolidado. Existen discrepancias intestinas en tanto a las políticas, principalmente, vinculadas a las restricciones impuestas a mujeres y niñas en el ámbito laboral y académico. Sin embargo, el ala radical del grupo ha prevalecido, aunque, ciertamente, es posible que gran parte de las narrativas de gobernanza conciliadora hayan sido resultado de una serie de tácticas del Talibán para posicionarse internacionalmente como un gobierno conciliador. Entre ellas destaca la facilitación a la operación de organizaciones internacionales de ayuda humanitaria, la limitación del uso de la fuerza o bien mensajes aislados en materia de inclusividad o de libertad de expresión.
Hasta el momento no existen elementos que indiquen un cambio de enfoque de gobierno que el que ya ha sido implementando hasta el momento, que por el contrario cuenta con características similares observadas en 1996. Asimismo, la comunidad internacional no puede ni debe intentar cambiar la ideología del régimen, ya que será una empresa perdida. El contexto actual genera un dilema ético para la seguridad internacional, fundado entre el aislamiento político y financiero debilitando al régimen, pero también deteriorando significativamente el estado de vulnerabilidad de la población, o bien, permitir el acceso a financiamientos a un régimen con potencial desestabilizador, lo cual también se traduciría en estímulos para el extremismo en el mundo y sin que ello preste alguna garantía en favor del bienestar. En ese sentido, la lógica indica que, si existe apertura internacional para el acceso al financiamiento y al sistema económico internacional para el Talibán, el balance podría obtenerse mediante la disuasión e incluso la intervención militar directa. La operación con drones que dio como resultado la eliminación de Al Zawahiri, líder de Al-Qaeda, se convertirá en un antecedente relevante en la reestructuración del esquema de coexistencia con el Talibán.
La ausencia de unidad, de gobernanza, de consensos y de un plan creíble de regeneración al interior de Afganistán, representa el traumatismo más severo, el cual repercute en la falta de reconocimiento y disminuye las oportunidades de cooperación. Así, el “Gran Juego” moderno debe centrarse en favorecer condiciones para la recuperación económica integral de la región, entrelazando las cadenas productivas y creando incentivos para la cooperación internacional, asimismo, en generar ejes de acción conjuntos de contraterrorismo, dos objetivos en los que se ha fallado y que representan una deuda humanitaria para el mundo.
Mauricio Daniel Aceves es integrante de la Unidad de Estudio y Reflexión del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales (COMEXI) “África, Medio Oriente y el Sudeste Asiático”, coordinada por Marta Tawil. Twitter: @daanmaur
Participación en El Sol de México