Publication Date: 30-05-2022
La guerra civil libanesa, 1975-1989, fue en realidad una guerra sectaria que involucró a las 18 comunidades confesionales divididas grosso modo en bandos cristiano y musulmán. Paradójicamente tampoco fue una guerra religiosa; los liderazgos comunitarios quisieron repartirse el territorio en cantones a través de limpiezas étnico-confesionales.
Tras fracasar en sus intentos de crear micro-estados y de pagar un alto costo por haber llamado a sucesivas intervenciones extranjeras, una peor que otra, se logró la paz en 1989. La guerra enseñó a las comunidades que, si bien no podían identificarse como una sola nación libanesa, al menos podían reconocer su “libanidad” es decir su pertenencia a un Estado libanés, un territorio-santuario, conformado naturalmente como fortaleza montañosa, que durante siglos les permitió sobrevivir dentro de los imperios despóticos del Oriente Medio.
Los acuerdos de paz cambiaron el pacto nacional para no cambiarlo; el Estado libanés siguió definiéndose como estado pluriconfesional que se traduce como repartición sectaria de sus instituciones republicanas-democráticas. En el caso del parlamento, los 128 escaños se reparten 50-50% entre diputados “cristianos” y “musulmanes” -con cuotas para las 18 comunidades- arropados como partidos con distintas filiaciones políticas, o escasos candidatos no sectarios, independientes.
Las últimas elecciones fueron en 2018 –habían sido pospuestas desde 2013- y éstas del 15 de mayo de 2022 se celebraron tras protestas masivas contra la corrupción inveterada de las viejas élites cuasi-feudales. Con solo 41% de participación y cierto revés para Hizbollah, el parlamento elegirá por dos tercios al nuevo presidente, cristiano, en octubre; éste nombrará al primer ministro, musulmán sunita, a ratificar por el mismo parlamento que designará a su propio “presidente”, musulmán shiita.
El país enfrenta la peor crisis económica de su historia agravada por los refugiados de la guerra en Siria. Líbano ya venía arrastrando una crisis bancaria que prácticamente borró su calidad de plaza financiera internacional y, de paso, los ahorros de la población. Su moneda se devalúa sin freno dando paso a la criptomonetización. La destrucción del puerto de Beirut en agosto 2020 acabó de arruinar la economía junto con la pandemia. Dependiente de importaciones, con fuertes carencias en suministro de electricidad y combustibles el país se encuentra casi paralizado. Un 80% de la población ha caído en la pobreza y apenas se sostiene por las remesas de la enorme diáspora libanesa. Los altibajos en las tensiones Irán-Arabia Saudita, reflejados entre el Primer Ministro (sunita) y Hizbollah, partido mayoritario en el parlamento, condicionan la inyección de recursos financieros urgentes de países árabes. Un seminario de Casa Árabe-Madrid concluía: ¿Quo vadis Líbano?
POR DR. LEÓN RODRÍGUEZ ZAHAR*
ASOCIADO DEL COMEXI, AUTOR DEL LIBRO LÍBANO: ESPEJO DEL MEDIO ORIENTE, COLMEX
Participación en El Heraldo de México