Fecha Publicación: 17-02-2025
El presidente de Estados Unidos, de peculiar estilo para gobernar, se distancia de sus predecesores en temas de política exterior y acaricia, no sin polémica internacional, posturas que arriesgan al debilitado orden liberal establecido en 1945 en la Conferencia de San Francisco. Mediante órdenes ejecutivas, aspira a trastocar, con inédita celeridad, la noción geopolítica del interés nacional de su país, en beneficio de objetivos radicales e inmediatos, que lastiman la seriedad, determinación y sutileza de la buena diplomacia. Así es el poder, cuando se ejerce unilateralmente y con escasa información.
Como nunca, la toma de decisiones recae en la Casa Blanca, donde parece no haber mentores intelectuales que la nutran con base en la rica experiencia diplomática de Washington. Las de hoy son formas similares a los del extinto presidente Dwight D. Eisenhower, quien en plena Guerra Fría despreció a la inteligencia de su país y apostó por un liderazgo fincado en el avasallante poderío militar, como receta para disuadir a quien osara desafiar la hegemonía de la Unión Americana. Al igual que ahora, los asuntos propios del Estado los manejó entonces un gobierno desafiante.
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