Fecha Publicación: 10-01-2025
El inminente regreso del presidente Trump a la Casa Blanca ha suscitado numerosas opiniones en torno a sus medidas disruptivas y cómo enfrentar los desafíos que plantea. Un capítulo poco explorado hasta ahora es cómo se verá afectada la creciente vinculación que existe entre Estados Unidos, China y México y cómo podríamos responder con enfoques innovadores a las nuevas circunstancias.
Información reciente de Estados Unidos confirma que México sigue siendo el principal socio comercial de ese país, con 20% de su comercio total. Le siguen Canadá con 18% y China con 14%. Del total de productos que importa el mercado estadounidense, México provee $466,000 millones de USD, seguido por China que a noviembre del año pasado le vendió $401,000 millones de USD, cifra por cierto no muy alejada de la registrada en 2016, que fue la base para que Trump iniciara la “guerra comercial” con China en su primer mandato. Para México, Estados Unidos es el primer socio comercial, China es el segundo y es una realidad que muchos de los intercambios tienen contenido trilateral o multipartita, dadas las nuevas realidades de la producción compartida. Así que, más allá de las cifras y los desequilibrios en las balanzas bilaterales, el hecho es que existe una profunda interdependencia entre las tres economías que hay que salvaguardar.
Esta relación triangular puede definirse como un triángulo escaleno que, por definición, es un triángulo de lados desiguales, de naturaleza asimétrica, en la que lo que decida cada una de las partes y en relación con cada uno de los otros lados modifica los grados de apertura y el tamaño de los otros. De allí la importancia de asegurar que cualquier modificación de sus ángulos responda a intereses y objetivos compartidos.
China ha anunciado que está preparada para los nuevos embates estadounidenses, que sin duda agudizarán la competencia sistémica entre las dos potencias los años por venir. México, por su parte, ha adoptado algunas medidas con la intención de persuadir al próximo gobierno estadounidense de adoptar políticas más restrictivas y/o atentatorias contra la soberanía nacional, a la vez que ya se preparan estrategias para lo que se anticipa será una complicada revisión del acuerdo comercial norteamericano. El tercer vértice tiene entonces que ver con lo que debería hacer México en su relación con China y cómo podrían plantearse algunos esquemas compartidos entre los tres países.
En la relación con China, hemos insistido en la importancia de mantener un diálogo político de alto nivel, actualizar los mecanismos institucionales de la asociación estratégica, aplicar una política de expansión de exportaciones, propiciar nuevas inversiones, desarrollar nuevas fórmulas de cooperación para el desarrollo y dar mayor importancia a las relaciones sociales (educación, cultura, turismo), así como profundizar la concertación en cuestiones multilaterales.
Las nuevas condiciones geopolíticas obligan ahora a concentrarse en cómo impulsar una comunicación trilateral que permita asegurar los beneficios que las tres partes obtienen de su vinculación y cómo pueden instrumentarse esquemas de acción conjunta en los ámbitos comercial, de inversiones, en el combate al tráfico ilícito de estupefacientes y sus precursores, en la lucha contra el crimen transnacional, en cuestiones ambientales, entre otras, en la búsqueda de soluciones que puedan coadyuvar además a un mejor entendimiento político. Los tres países cuentan ya con experiencias compartidas en varios de estos ámbitos. Es el momento de desarrollar nuevas fórmulas que preserven las ventajas ya construidas y aseguren una mejor defensa del interés nacional de cada uno de los tres participantes.
Participación en El Economista