Fecha Publicación: 15-10-2024
Esta tentativa de ensayo explora la relación entre escritura y diplomacia en una brevísima serie de ejemplos contrastantes sin pretender en modo alguno alcanzar una síntesis o conclusión definitiva. El uso de la escritura en la diplomacia, a partir de los ejemplos aquí expuestos, se muestra flexible según las circunstancias de que se trate. En más de una ocasión se advierte el imperativo de usar la escritura como una táctica para crear un margen de maniobra para defender el interés nacional y no comprometerlo con aseveraciones incontestables que reduzcan los espacios de negociación de la política exterior de cualquier país. En ocasiones más bien raras la práctica de la escritura diplomática llega a derivar en la creación literaria.
Uno de los mayores ejemplos de un político y diplomático que también cultivó la literatura es Nicolás Maquiavelo (1469-1527), padre de la ciencia política moderna con su clásico El Príncipe, quien también escribió, entre sus muchas obras, La Mandrágora, una comedia en cinco actos. Para los propósito de este texto, sin embargo, debe citarse su Epistolario: 1512-1527, en particular la carta dirigida a Rafael Girólami, en su momento recién nombrado embajador en España: “y si bien alguna vez es necesario esconder con palabras alguna cosa, es preciso hacerlo de modo que o no aparezca, o si aparece, sea pronta y rápida su defensa…”
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