Publication Date: 19-08-2024
La inteligencia emocional es tan importante o más que la abstracta, porque la vida es negociación con uno mismo y el entorno social. Esta afirmación, de validez universal, también se aplica a la cohabitación de los estados, cuyas capacidades para promover intereses nacionales van de la mano de su propia habilidad para “llevar la fiesta en paz” con interlocutores complejos, que cuando compiten entre sí se presentan como rivales o, en casos extremos, enemigos. En un mundo riesgoso, donde ningún país se inmola ni se dispara al pie, la convivencia internacional reclama una negociación constante a fin de que las pasiones no se desborden y los estados colaboren entre sí, aunque sea para mantener los endebles equilibrios que impiden la guerra.
Hay muchos tipos de negociación. La sociología, la ciencia política y las relaciones internacionales son prolíficas en definiciones y ejemplos. Sin embargo, en el esquema clásico el concepto alude al ejercicio que busca satisfacer las expectativas de actores confrontados en diversa medida. La negociación es paralela a la escalada del desencuentro o conflicto, de ahí que con frecuencia se invoque en momentos de crisis o en situaciones de impasse que deben remontarse en beneficio del relajamiento de tensiones, el cese de hostilidades y la definición de un nuevo arreglo convenido.
Aunque se da en múltiples escenarios, la negociación es común entre aquellos que tienen fuerzas similares, entre actores poderosos y otros más débiles y, en situaciones extremas, entre uno o más notablemente superiores y uno o más muy frágiles.
En los primeros dos casos, la negociación se desarrolla alrededor de una agenda con activos y pasivos que las partes utilizan indistintamente para defender valores o metas de importancia. Es un toma y daca en el que los participantes buscan el mejor resultado posible, sin que ello ponga en riesgo la existencia misma del Estado y su soberanía. Por supuesto, a mayor poder de una de las partes, la otra se ve obligada a hacer concesiones más o menos importantes, pero nunca del todo fundamentales o estructurales.
Este es el caso típico de los acomodos que se generan al solventar disputas históricas sobre fronteras y recursos naturales, donde la controversia no amenaza la existencia de los Estados. Cabe destacar que, en este tipo de negociaciones y en función de su dificultad, puede o no haber terceras partes involucradas que cumplan con funciones de conciliación, mediación o arbitraje.
Otra cosa ocurre cuando la negociación se da entre uno o más actores notablemente superiores y uno o más muy frágiles. Al ser los primeros dominantes, los segundos se ven obligados a recurrir a terceros estados o personalidades de prestigio para que ejerzan esas funciones de mediación y estimulen, en la sociedad internacional, corrientes de opinión favorables a su causa.
En estos casos, la mediación resulta estratégicamente necesaria ya que, de otra manera, el (los) poderoso(s) tendría(n) vía libre para imponer condiciones. Regresando al inicio de este artículo, la negociación entre estados exige inteligencia emocional, sobre todo en un mundo donde la humanidad debe poner un final a la guerra, antes de que la guerra ponga un final a la humanidad, según reza la famosa frase de John F. Kennedy.
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