Fecha Publicación: 24-06-2024
Este texto fue publicado en la revista Siempre.
La migración es multicausal y genera procesos económicos, políticos y sociales inéditos en los países de origen, tránsito, destino y retorno. Por ello, bien puede decirse que la realidad internacional está moldeada por la original y trágica dinámica de los cuantiosos flujos de personas que abandonan sus lugares de origen en la búsqueda de un mejor nivel de vida. Las aristas de la migración, siempre complejas, acreditan la dimensión de las crisis humanitarias que ocurren en diversas regiones, ya sea por guerras, falta de oportunidades, crisis ambientales o de plano por la incapacidad del Estado para brindar un mínimo de bienestar a la población. Esta última razón acusa especial gravedad si se considera que dicha incapacidad a menudo responde a graves insuficiencias derivadas de la antigua condición colonial de muchas naciones. Por si fuera poco, la globalización, errática e incapaz de derramar beneficios entre todos los pueblos, poco ayuda porque polariza sociedades y agudiza desencuentros.
Según la Organización Internacional para las Migraciones, en su Informe 2024, cerca de 281 millones de personas, equivalentes al 3.6% de la población global, son migrantes y el número tiende a incrementarse. Los datos son crudos; la misma fuente indica que en 2022 hubo 117 millones de personas desplazadas y 71.2 millones de desplazadas internas. Asociados a estas cifras, están los incrementos en el número de solicitantes de asilo, que subieron de 4.1 millones en 2020 a 5.4 dos años después. Sin duda, se trata de un problema que exige urgente atención porque deja ver, con nitidez, la profunda brecha de desigualdad que existe entre los países del Norte y del Sur. En tales condiciones, no puede omitirse la responsabilidad histórica de las antiguas metrópolis con sus ex-colonias, y tampoco su obligación moral de compensarlas por los daños causados con recursos que reviertan los rezagos estructurales que motivan estos flujos. No es utopía, se trata de un reclamo ético que aspira a desechar actitudes reactivas de control y contención de la migración y a reordenar esta faceta del caos mundial.
En el segundo capítulo de su encíclica Fratelli Tutti el Papa Francisco aborda, entre otros temas, la cultura del descarte y del rechazo a los extranjeros, con especial énfasis en los migrantes En este documento el pontífice alerta sobre los riesgos de nacionalismos “resentidos y agresivos”, que generan xenofobia y hay que contrarrestar. Si alguna lección se desprende de la señalada encíclica, es que el migrante debe ser visto como persona y no como usurpador o peligro para la seguridad e identidad de los países de tránsito y destino. En tal sentido, es tiempo para desarrollar y dotar de contenido concreto al concepto de “ciudadanía universal”, es decir, a una condición jurídica y social innovadora, que sin importar dónde se encuentren las personas, no desprecie a ninguna y ofrezca a todas la misma justicia y oportunidades. Para avanzar en esa línea conviene escuchar muchas voces y recurrir a la experiencia de la propia OIM, a las organizaciones de la sociedad civil y al cada vez más rico acervo legal de la migración. Sobre todo, es oportuno abrevar del saber colectivo, de esa sabiduría ancestral que es inherente al género humano, que desde sus orígenes ha migrado por todos los confines del orbe, porque migrar es un derecho básico que no requiere pasaporte y cuyas virtudes son la sobrevivencia y el bienestar.
El autor es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas.
Participación en la revista Siempre