Publication Date: 04-06-2024
Como no sucedía desde hace tres décadas, el país estará al arbitrio de un solo partido político. Hasta ahora, islas de independencia institucional habían resistido el primer piso autoritario de la llamada 4T. Sin embargo, ante las nuevas y aplastantes mayorías morenistas, surge la pregunta de si el segundo piso no acabará por hundirlas.
Lo que sucede hoy en México ha ocurrido en innumerables ocasiones en el pasado. Hace 2,300 años Aristóteles advertía de los peligros que representaba para la democracia el tener una enorme base de pobres, una delgada capa de clases medias y un puñado de ultrarricos y poderosos en la cúspide. Una amplia clase media servía, precisamente, para mediar entre la cúspide y la base, dándole estabilidad al régimen democrático. Lo mismo argumentaría Nicolás Maquiavelo 1,800 años después: la gran virtud de la República Romana de antaño era su capacidad para mediar entre las clases aristocráticas y la plebe. Si “los de arriba” buscaban acumular más dinero y gobernar sobre todos, “los de abajo” querían evitar estar a merced de los todo-poderosos. Y esa tensión era canalizada -no suprimida- a través de diversas instituciones. En el México democrático, los pobres siguieron siendo pobres, los ricos se hicieron más ricos, y las instituciones de justicia no funcionaron.
“Somos demócratas y por convicción nunca haríamos un gobierno autoritario ni represor”, dijo la próxima presidenta en su discurso de victoria. Sin embargo, el gran diferendo entre Morena y la oposición es precisamente sobre el significado de democracia. Cuando López Obrador, Claudia Sheinbaum y Morena hablan de ella, se refieren a una democracia mayoritaria, y cuando la oposición la menciona, se refiere a una democracia constitucional: la primera no tiene contrapesos políticos y fácilmente se puede tornar en una tiranía de la mayoría, mientras que la segunda entraña contrapesos institucionales establecidos en ley. La definición morenista es retrógrada, aquella de las democracias griegas de la antigüedad. La definición opositora es moderna, aquella derivada de la Ilustración. La llegada de Lenia Batres a la Corte, y las reformas políticas -mayoritarias- propuestas, son ejemplos claros de lo anterior.
En 2017, y al crepúsculo del sexenio peñanietista, México tenía el menor apoyo al régimen democrático desde 2002: 56%. Sin embargo, de 2020 a 2023, y en plena presidencia lópezobradorista, el aumento del respaldo a la democracia en México fue de los mayores en América Latina: pasó de 60% a 71%. Pero también sucedió algo más: de 2020 a 2023 México fue el país más dispuesto a tener un gobierno autoritario en toda América Latina (Latinobarómetro 2023). ¿Vamos hacia una democracia mayoritaria? Sin saber mucho, pero probablemente intuyéndolo, la población mexicana votó por ese proyecto abrumadoramente.
“Las elecciones presidenciales del 2018 y el ascenso del populismo representan la gran catarsis mexicana, un momento de liberación emocional”, escribí en ese entonces. La catarsis continúa en 2024, con un pronóstico sumamente desalentador para el futuro de nuestra joven democracia. Mientras tanto, Marko Cortés y Alito Moreno serán senadores de la República.