Publication Date: 16-04-2024
En las presentes elecciones, el país se encontrará muy dividida ante la polarización que azuza el presidente y la alta desigualdad social. A estas alturas podemos ver ya algunas de esas divisiones que, aunque no absolutas, tienen tendencias claras: jóvenes y adultos mayores, hombres y mujeres, zonas urbanas y zonas rurales. Sin embargo, hay una división que resulta especialmente tajante: beneficiarios y no beneficiarios de programas sociales.
Los programas sociales están rindiendo frutos electorales. El 52% del electorado mexicano dice recibir apoyos sociales o tener un familiar que los recibe; el restante 48% no recibe ayuda ni tiene un familiar receptor. Lo peculiar es que en el primer grupo (beneficiarios), el presidente López Obrador tiene una aprobación del 69%; en el segundo (no beneficiarios), su aprobación es de 38% (Alejandro Moreno, “Electorado dividido: programas sociales”, 2024). Sin embargo, los programas sociales no solo reflejan su uso clientelar: también muestran idiosincrasias, maneras de ver el mundo, proyectos de país distintos.
“Ayudando a los pobres va uno a la segura, porque ya sabe que cuando se necesite defender, en este caso la transformación, se cuenta con el apoyo de ellos, no así con sectores de clase media, ni con los de arriba, ni con los medios, ni con la intelectualidad. Entonces, no es un asunto personal, es un asunto de estrategia política”, dijo el presidente. La implicación es clara: mientras haya pobreza y beneficiarios de programas sociales, habrá votos para Morena. Ahora bien, a lo anterior hay que añadir un profundo desdén del presidente por las clases medias mexicanas (“aspiracionistas sin escrúpulos morales”, les espetó), un desdeño a la iniciativa privada, un desprecio al crecimiento económico, un menosprecio a la ciencia y la tecnología, y una indiferencia por el Estado. Solo hay que unir los puntitos: la idiosincrasia del presidente, el proyecto lopezobradorista, no aspira a un país desarrollado de clases medias.
Por ello no resulta raro que las personas no beneficiarias de programas sociales se sientan más identificadas con la candidata Xóchitl Gálvez. Una mujer de origen pobre convertida en empresaria exitosa gracias a la educación pública, Xóchitl es la historia a la que las clases medias, precisamente, aspiran. Conscientes de la importancia de las empresas para generar riqueza, sabedoras de lo que es pagar impuestos, protagonistas del esfuerzo que implica construir un patrimonio personal. Han estado detrás de las agendas para impulsar la transparencia y la rendición de cuentas, y son las que fundamentalmente han salido a las calles para defender las instituciones democráticas.
“No es cierto. Es falso: de que si no se trabaja no se puede tener un buen nivel de vida. Eso es el discurso del pasado”, dijo la candidata Sheinbaum. Los programas sociales no deben ser un fin, sino un medio para salir de la pobreza. Deben servir para construir clases medias que cohesionen al país y fortalezcan el régimen que tanto desprecia el presidente: una democracia-liberal. Precisamente, lo que está en juego en estas elecciones de junio próximo.
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