Fecha Publicación: 04-04-2024
Lésio-Louna, República del Congo. “Es un adolescente pero se comporta todavía como niño, un niño grande que, como sucede algunas veces con los humanos, se resiste a crecer”, dice Benoît Nguie, el jefe de guardaparques de la reserva natural de Lésio-Louna, mientras avienta desde una barca un par de mangos hacia la isla en donde vive Bomassa, el gorila occidental de llanura de 8 años de edad al que hace referencia. Bomassa corre a cuatro patas sobre la orilla de la isla y sube ágil por las ramas de un árbol, se mece y fija la mirada en dirección a nosotros, aplaude y ríe, enseñando los colmillos, antes de romper en dos un carrizo de bambú y empezar a comer sus hojas.
“No ha tenido una vida fácil, aunque poco a poco ha hecho avances. Es significativo que ahora pueda alimentarse solo, a partir de cortezas, hojas y raíces que encuentra en la isla, sin depender de la fruta que eventualmente le traemos al monitorear sus avances”, afirma Nguie sobre el animal que fue traído a la reserva a los ocho meses de edad con su hermano menor desde el extremo norte del país, donde ambos quedaron huérfanos al morir su madre, víctima de cazadores furtivos. Uno de los múltiples retos a los que se enfrentan estos primates en el que constituye su principal hábitat natural, a la par de la deforestación, la emergencia climática y la polución.
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