Fecha Publicación: 08-03-2024
Este texto fue publicado en la revista Siempre.
Los conflictos en Ucrania y Gaza estimulan en países vecinos una sensación de inseguridad y peligro, que se extiende a otras regiones del mundo gracias a la rapidez con que viajan las noticias y las imágenes devastadoras de la guerra. Es normal que así ocurra en un planeta que es casa común de todos los pueblos, donde abundan focos de alerta derivados de la galopante pobreza y sus efectos, del grave deterioro del medio ambiente y de la incertidumbre que generan los reacomodos de la posguerra fría.
En efecto, en el día a día la gente se ha ido acostumbrando a palabras o situaciones que suscitan temor. Tal son los casos del vocablo “crisis” y de la especie de que la carrera armamentista sigue una fatal espiral ascendente, porque promoverla es del interés de las potencias. Aún más delicada es la afirmación de que el desorden mundial es producto de la creciente falta de legitimidad de un sistema liberal desgastado, cuyas credenciales y herramientas son precarias para preservar la estabilidad internacional. Esta angustia tiende a incrementarse, entre otras razones, porque la paz, como concepto y arquitectura, se sustenta en la constante preparación para la guerra y responde cada vez menos a equilibrios de poder. El orden fincado en San Francisco en 1945, está seriamente amenazado por una realidad tensa, compleja y llena de asimetrías, que difiere del paradigma de seguridad que le dio origen. Este pesado fardo lo atrofia y le impide atender de manera adecuada sus responsabilidades político-diplomáticas y de cooperación.
En beneficio de un arriesgado esquema de compensaciones políticas y militares, el equilibrio de poder tradicional se ha desdibujado y la fortaleza de los principales actores se sustenta cada vez más en acuerdos frágiles y alineaciones circunstanciales y de corto plazo. Las potencias, complacientes entre sí, parecen orientarse al armado de un teatro de concertación global que normaliza conflictos y desestima la distensión que se desprende de la cooperación para el desarrollo y del cumplimiento del Derecho Internacional. Así las cosas, es pertinente recuperar aquellas piezas sueltas del sistema mundial que funcionan, para articularlas en un paradigma innovador de seguridad integral, que auspicie certezas, justicia y progreso en todos los rincones del orbe. Para atender este reto, hay que revisar tesis pacifistas que proyectan fantasmas de guerra y asignar un papel protagónico a la buena diplomacia que relaja desencuentros y facilita arreglos. Igualmente importante es redefinir la geopolítica y la geoeconomía, para que dejen de ser referentes de exclusión y polarización que cancelan oportunidades en la periferia.
En una coyuntura mundial diferente y en plena Guerra Fría, el 10 de junio de 1963 el presidente John F. Kennedy se dirigió a un grupo de estudiantes de American University. En aquella ocasión les recordó la importancia de trabajar por la paz que hace que valga la pena vivir, la que permite a personas y naciones crecer y tener esperanza en un mejor futuro para todos. Más de seis décadas después y con una globalización ineficaz y coja, sus visionarias palabras nos alcanzan y reclaman poner fin a la atrofia que afecta al mundo de hoy.
Participación en la revista Siempre