Fecha Publicación: 24-04-2023
No sé si usted recuerda la “Primavera Árabe” (que curiosamente arrancaba en un diciembre, antes de que siquiera llegara el invierno). Tras días de incontenibles manifestaciones en la plaza Tahrir, el presidente egipcio Mubarak se veía obligado a abandonar el cargo después de décadas en el poder. En todo el planeta se hablaba de la “revolución” egipcia. El “despertar” de la sociedad de ese y otros países. El “arribo de la democracia”, en buena medida gracias al “empoderamiento social que ofrecían las nuevas tecnologías de comunicación” y otros factores relacionados. En ese entonces, poco se valoró lo que en realidad fue el primero de tres golpes de Estado, diseñado de manera tal que poca gente lo entendió como tal; los nuevos gobernantes prometían estar del lado del cambio y la “revolución”. Luego de las primeras elecciones democráticas para el parlamento, sobrevino el segundo golpe de Estado, esta vez en contra de esa flamante legislatura. Y poco después, ocurrió un tercer golpe de Estado que ahora derrocaba al presidente que había sido democráticamente electo, Mohammed Morsi. Ese último golpe, hace ya diez años, colocó en el poder a quien hoy sigue gobernando Egipto: el general Sisi. Morsi, como muchos miles de hermanos musulmanes más, sufrió la pena de muerte. Poco se habla ya hoy acerca de esa “revolución primaveral”. La historia reciente de Sudán guarda algunos paralelos que vale la pena comentar.
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