Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales

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2024-03-28 20:07

BIELORRUSIA, LA GUERRA QUE VIENE

Fecha Publicación: 10-01-2023

Si bien a lo largo de 2022 el nombre de la ex república socialista soviética de Bielorrusia ha salido a relucir de forma constante en reportajes, telediarios y redes sociales a raíz del involucramiento en la agresión del Kremlin contra Kiev del régimen autocrático de Aleksandr Lukashenko, todopoderoso dueño de los destinos bielorrusos desde 1994, es el nefario sistema político del país empotrado al noreste de Europa, obstructor de libertades civiles y violador sistemático de derechos humanos, el que debiese protagonizar la agenda noticiosa, junto con la  guerra en Ucrania, y acaparar la atención del mundo democrático.

Desde que en agosto de 2020 el autodenominado “último dictador de Europa” se reeligiera por sexta ocasión consecutiva como presidente de Bielorrusia, con más del 80% de los votos de acuerdo con los resultados de la oficialista Comisión Central Electoral, la nación europea se ha visto envuelta en una abominable ola de represión en contra de la sociedad civil, medios de comunicación independientes y activistas de oposición, como consecuencia de las protestas que denunciaron los fraudulentos comicios. La Unión Europea, los Estados Unidos y el Comité Olímpico Internacional, entre otros muchos países y diversos organismos internacionales, han expresado abiertamente su condena a las prácticas autoritarias de Lukashenko, criticando su rol de facilitador de Moscú en la guerra contra Ucrania e implementando sanciones contra el autócrata y su círculo más cercano.

Mucho antes de que las tropas rusas comandadas por Vladimir Putin invadieran Ucrania la madrugada del 24 de febrero, Bielorrusia ha visto sus destinos entrelazarse con los de su país vecino, librándose en su territorio una batalla ideológica entre democracia y autoritarismo, entre libertad y opresión, entre pasado y presente. Una batalla que está aún muy lejos de terminar. La trama bélica, narrativa, política, social y cultural más significativa en la historia reciente del continente europeo. Dos voces fundamentales para entender los sutiles y múltiples entretejes de esta trama son la líder de la oposición bielorrusa Sviatlana Tsikhanouskaya, principal contendiente de Lukashenko en la contienda por la presidencia de 2020, y la periodista, ensayista e historiadora Svetlana Aleksiévich, premio Nobel de literatura 2015. Sus visiones, paralelas a la vez que complementarias, ayudan a entender una realidad tan compleja como aterradora, desafortunadamente poco conocida de este lado del Atlántico. A una y a otra escuché entre Lituania y Cataluña, a continuación, recojo parte de sus testimonios.

Vilna
Sviatlana Tsikhanouskaya acaba de cumplir 40 años. Me recibe en el séptimo piso de un reluciente edificio de oficinas de la avenida Ukmergés, en los suburbios de la capital lituana. Aquí ha instalado el gabinete bielorruso en el exilio, una plataforma que busca tender puentes con las naciones occidentales y los organismos internacionales para presionar al régimen de Aleksandr Lukashenko y lograr la democratización de su país. Un par de vitrinas acumulan reconocimientos a la lingüista de formación y madre de dos niños, incluidos el premio Sájarov a la libertad de conciencia del Parlamento Europeo y el premio Carlomagno a la unificación europea de la ciudad de Aquisgrán. Porta traje sastre color negro y blusa beige. Su esposo, Sergei Tikhanovsky, lleva más de dos años preso en confinamiento solitario dentro de una de las prisiones más infames del régimen, los últimos dos meses en una celda de castigo.

¿Considera factible que Bielorrusia declare la guerra a Ucrania o que comprometa a sus tropas de forma directa en el corto o mediano plazo?

Antes que nada, tenemos que hacer una clara distinción entre el régimen y el pueblo bielorrusos. Cuando me preguntan si Bielorrusia se involucrará directamente en la guerra en Ucrania me resulta paradójico, pues el régimen bielorruso ya se encuentra involucrado directamente en el conflicto. Eso a pesar de que el 90% de los bielorrusos se opone a la participación del país y de sus tropas en la guerra.

Entre nuestros soldados no hay una animadversión hacia Ucrania. Los soldados bielorrusos no quieren pelear contra sus pares ucranianos, no tienen motivación alguna para ello, no entienden por qué tendrían que morir sin razón aparente, temen ser usados como carne de cañón en un conflicto que no les incumbe. Nuestra principal tarea, en este sentido, es prevenir el uso de la armada bielorrusa en esta guerra. Incluso si se girara una orden para involucrar a nuestro ejército, nuestra petición a los soldados bielorrusos sería que escapasen, que se pasasen al lado ucraniano, que desertasen, que se escondiesen, incluso, pero que no participen de ninguna manera en el conflicto. Yo confío en que nuestros soldados saben que su tarea no es invadir país alguno, sino defender al pueblo bielorruso y protegernos de la represión.

Lo que Rusia intenta es hacer pasar a los bielorrusos, ante los ojos de los ucranianos, como el enemigo, equiparándonos con su ejército y su acción militar. Pero nosotros no queremos que nuestras naciones peleen entre sí, nuestras naciones enfrentan un enemigo común, los intereses imperialistas del Kremlin, que se niegan a reconocer en Ucrania y en Bielorrusia a estados independientes y soberanos cuyos pueblos pueden decidir por sí mismos. Por ello es por lo que bielorrusos y ucranianos debemos luchar juntos.

¿Cómo espera que evolucione la guerra en Ucrania?

Es difícil predecir algo dada la situación. Lo que yo veo es la continuada unidad de los ucranianos, la unidad de los países democráticos apoyando a Ucrania en el conflicto. Confío en un triunfo de Ucrania y de su causa. Sin embargo, también es necesario analizar la situación desde la perspectiva del Kremlin. Los rusos se consideran un gran imperio que no puede ser derrotado, por lo que tal vez para ellos la victoria se traduciría en la continuación interminable de esta guerra. ¿Cómo y cuándo será el final? Nadie puede predecirlo, pues las decisiones tomadas por Moscú son irracionales, acompañadas de amenazas constantes sobre el uso de bombas nucleares. A pesar de ello, yo aún creo en la democracia, aspiro a que la democracia prevalga en nuestra región. Creo en la capacidad de la gente de luchar por los valores democráticos, de sobrevivir estos tiempos difíciles permaneciendo unida, valiente y consistente, sin dejarse vencer por esa dictadura y su propaganda.

¿Cómo describiría la situación actual en Bielorrusia?

La gente en Bielorrusia tiene miedo de la continua represión por parte del gobierno. Cada día entre 10 y 15 personas son detenidas por el régimen, las prisiones están sobrepasadas. Nuestras cárceles están desbordadas no solo por prisioneros políticos, activistas y ciudadanos que se oponen al régimen de Lukashenko, sino también por efectivos militares y funcionarios públicos perseguidos por su administración. Lukashenko no confía ni siquiera en su propia nomenklatura, por ello está dispuesto a destruir y aplastar cualquier pensamiento o idea que imagine un cambio en el país.

A pesar de ello, a lo largo de los últimos dos años, la gente ha continuado su lucha en secreto, de forma soterrada y clandestina, desde el exilio inclusive. Sin embargo, el miedo persiste y la gente debe estar preparada porque puede ser detenida en cualquier momento. El régimen envía un mensaje claro a la población civil, permanece callado, quieto, en silencio, no seas vocal.

Por nuestra parte, desde el exilio, hemos trabajado en construir una plataforma democrática multipartidista a partir del consenso entre las diferentes fuerzas opositoras del país desde la que tendemos puentes con el mundo democrático.  Aleksander Lukashenko se encuentra en un momento de gran fragilidad, no ha podido pasar página al descontento popular y sabe que en el momento en que cese la represión las calles del país volverán a llenarse de gente manifestándose.

Al mismo tiempo, está muy presionado por Vladimir Putin, quien quiere un involucramiento bielorruso más manifiesto en su guerra contra Ucrania. Y Lukashenko está dispuesto a ceder nuestro territorio y cumplir con los deseos de Putin, pues a final de cuentas es un títere del Kremlin y lo que desea es ser salvado por este ante los problemas de legitimidad que enfrenta en Bielorrusia. Ante eso, considero que debemos aprovechar este momento de vulnerabilidad y fragilidad de Lukashenko para deshacernos de él, no es él a quien debe salvarse sino a nuestro país. A él no le importa la gente, no le importa Ucrania, no le importa Bielorrusia, lo único que le interesa es mantenerse en el poder.

Dada la situación por la que atraviesa Bielorrusia ¿están haciendo lo suficiente Europa, Estados Unidos y el resto del mundo democrático?

Primero que nada, me gustaría reconocer que hasta el momento mucho ha hecho el mundo democrático por Bielorrusia, empezando por el no reconocimiento del ilegítimo régimen liderado por Lukashenko y las sanciones económicas impuestas contra su gobierno y las empresas de su administración. Sin embargo, hay muchos vacíos legales en estas últimas que Lukashenko puede sortear fácilmente. Por ejemplo, no existe un mecanismo en Europa para dar seguimiento puntual al cumplimiento de las sanciones, esto permite que incluso a la fecha haya algunos países europeos que aún comercien con empresas del régimen. Esto hace que las medidas tomadas carezcan de fuerza ejecutora y parezcan sólo medidas tomadas a medias.

En Europa vemos mucha solidaridad política y de la sociedad civil, pero en algunas ocasiones no hay suficiente voluntad política por parte de algunos países. Polonia, Lituania, Letonia y todos aquellos países vecinos de Bielorrusia han sido muy firmes y decisivos en las medidas que han tomado, pero aun así persisten fisuras en las sanciones. Por ello creo que ampliar las sanciones para incluir en ellas a todos aquellos que se beneficien con el régimen de sanciones podría ser una medida supletoria, aunque de momento en Europa no existen mecanismos para hacerlo. A pesar de que se han implementado sanciones económicas a alrededor del 70% de las empresas del régimen, el dinero sigue entrado a los bolsillos de Lukashenko y este es un gran problema.

También es un hecho que la preeminencia de la guerra en Ucrania, que es, incontestablemente, de absoluta prioridad, ha mermado la atención que desde fuera se presta a la situación que enfrentamos diariamente en Bielorrusia, prisioneros de conciencia, detenciones arbitrarias, tortura, tiranía. Necesitamos permanecer en la agenda internacional, los bielorrusos somos rehenes de un régimen de terror. Muy poca gente entiende hasta qué punto los destinos de Ucrania y de Bielorrusia están interconectados. Compartimos cerca de 1,000 kilómetros de frontera y no habrá mejor resultado para la victoria de Ucrania que liberar a Bielorrusia. Mientras Lukashenko permanezca en el poder la amenaza contra Ucrania y contra nuestros vecinos democráticos será constante. Bielorrusia y su régimen actual son parte del problema y es un problema complejo que debe de resolverse de manera multidimensional. Debemos ayudar a Ucrania a ganar la guerra, pero no podemos poner ahí toda la atención del mundo democrático, abandonando a Bielorrusia. Si esto sucede no alcanzaremos la paz.

¿Qué implicaría para Bielorrusia un Kremlin sin Vladimir Putin?

Por supuesto que sería mucho más sencillo atestiguar un cambio de régimen en Bielorrusia cuando haya un cambio de régimen en Rusia. El poder de Lukashenko es como una silla de tres patas: dinero, sus compinches militares y Putin. Si logramos cortar una de esas patas, la silla entera colapsaría. En este sentido, las sanciones económicas ayudan a poner presión sobre los ingresos de Lukashenko y las comunicaciones que mantenemos con elementos del ejército convenciéndolos de desertar hace lo propio con el aparato militar. Solo resta Putin en esa ecuación. Lukashenko sabe que la caída del Kremlin implicaría su propio fin, aunque no podemos apostar todo a que eso suceda. El futuro de Rusia está en las manos del pueblo ruso.

Mientras Putin siga al frente de Rusia constituirá una amenaza constante no solamente para Bielorrusia sino para Ucrania, para Letonia, para Lituania, para los Estados Unidos. Nuestra tarea como bielorrusos es luchar de manera conjunta con el resto de los países en contra de las ambiciones imperialistas de Rusia. No es una lucha que podamos emprender solos, como tampoco pueden hacerlo los ucranianos. Sí, tienen la fuerza, la valentía y la unidad como nación, pero sin asistencia militar foránea no podrán imponerse a esta amenaza y ganar la guerra. No es algo que podamos hacer en solitario los bielorrusos, necesitamos que el mundo se una a nuestra causa y combata también la visión imperialista de Rusia.

¿Qué lecciones puede aprender América Latina de la lucha del pueblo bielorruso?

Una vez que vives en democracia, cuando llegar a ella ha implicado un proceso arduo, es muy importante enseñarlo en las escuelas y transmitirlo a las nuevas generaciones. Es muy fácil perder lo que se ha ganado. Cuando la gente se acostumbra a vivir en democracia tiende a darlo por sentado y deja de valorarlo, pero verse reflejado en el espejo de Bielorrusia debe ser una llamada de atención para darse cuenta de lo difícil que es alcanzar la democracia y de lo sencillo que resulta perderla. Siempre hay que permanecer activos políticamente. La democracia implica tomar responsabilidad por tus decisiones, por tu país, cuando entiendes que tu decisión personal al emitir un voto o salir a la calle a reclamar tu derecho a la libre expresión significa mucho para tu país, no solo para tu familia, tus amigos o tu entorno inmediato.

¿Considera que la irrupción de plataformas políticas de extrema derecha con narrativas nacionalistas y xenófobas en diversos gobiernos europeos constituye una amenaza para las instituciones democráticas del continente?

Creo que podrían convertirse en una amenaza a mediano plazo, pero para evitarlo, la gente, en cualquier democracia, debe caer en cuenta del poder que tiene en sus manos. Y si acaso las decisiones tomadas por tales gobiernos no van conforme a los valores democráticos deberán deshacerse de ellos a través de las urnas, ahí radica el valor de la democracia. No debemos dejar que los gobiernos tomen decisiones contrarias a la voluntad de la gente, porque si no, poco a poco, es muy fácil encaminarse hacia una dictadura, eso es algo que los bielorrusos conocemos bien.

Cuando Bielorrusia se independizó en 1991 gozamos tres años de democracia, nuestro problema fue que elegimos a la persona equivocada, pro-soviético, pro-autoritarismo. Alguien que gradualmente, paso a paso, edificó su estructura de poder, deteniendo a parlamentarios opositores, construyendo un aparato militar en torno suyo y militarizando al país, desproveyendo de independencia a las instituciones gubernamentales. Muchas veces estos procesos son invisibles, por eso es muy importante que la gente monitoree de cerca lo que hacen sus gobiernos.

¿Cuál es la Bielorrusia a la que aspira?

Sueño con una Bielorrusia que sea parte de la familia europea, que comparta los valores democráticos del continente. Aunque considero que llegar a ello será un proceso largo y difícil puesto que cuando la gente se acostumbra a vivir bajo un régimen dictatorial es como si estuviera esclavizada. La democracia es mucho más compleja y difícil que una dictadura, pues tienes que pensar por ti mismo, tienes que hacerte preguntas, tienes que analizar qué es lo mejor para tu país. Sin embargo, estoy segura de que el proceso por el que estamos atravesando habrá de sentar las bases para el futuro democrático de Bielorrusia.

Veo a Bielorrusia como un aliado confiable y como garante de la seguridad en la región. Estoy convencida de que el pueblo bielorruso nunca más permitirá que la dictadura vuelva a nuestro país en el futuro.

Barcelona

Svetlana Alexiévich se ve más frágil y vieja de lo que apunta su fecha de nacimiento. El mantón que protege su cabeza del incipiente frío otoñal le cuelga por la espalda, acuciando su curvatura. Las historias de guerra, de heridas y cicatrices, de exiliados, silenciados y deportados por el totalitarismo soviético que lleva décadas recopilando con su pluma, cuelgan también de su espalda. Está en la capital catalana para participar en la tercera edición de su Bienal de pensamiento. Llegó la víspera desde su exilio berlinés. Echa de menos la cocina de su apartamento en Minsk, las discusiones, los amigos. No sabe si podrá volver algún día, si verá Bielorrusia de nueva cuenta antes de morir. Aunque afina los detalles de su último libro, sobre las vivencias de gente común y corriente ante los horrores de la más reciente guerra, sabe que el reloj de la historia no se detiene para nadie.

Desde su punto de vista, ¿cuál es el futuro de la democracia?

Creemos que la democracia está retrocediendo, pero sólo será por un tiempo que parezca así, hundida, pues la democracia está a favor nuestro. A favor de los que queremos vivir en libertad y no presos.

¿Cómo explicaría al público occidental lo que está sucediendo en Bielorrusia?

Está claro que estamos al borde de entrar a la época fascista, tanto en Rusia como en Bielorrusia. Lo que leíamos en los libros de Solzhenitsyn pensábamos que no iba a volver a pasar, pero es lo que está pasando hoy, torturas de la época de Stalin, torturas que se siguen utilizando. En Rusia y en Bielorrusia, nosotros volvimos a la Edad Media. Aunque es importante resaltar que no todo ruso o bielorruso es Putin o Lukashenko. Hay mucha gente que está sacrificando, apostando, su vida, su futuro y el futuro de sus hijos. Gente que intenta hacer algo para obtener la victoria, aunque sea muy difícil que de momento veamos algún resultado de su esfuerzo. Esta lucha será muy larga, la derrota de Putin y de Lukashenko requerirá de herramientas que quizá aún no tenemos a la mano.

¿En qué radica la responsabilidad individual frente a lo que estamos viviendo?

Cada uno de nosotros debe tener claro, debe preguntarse, qué puede hacer en este momento. No convertirse en un personaje de Turguénev y llorar en la cocina. Yo puedo documentar nuestro momento, porque es lo que sé hacer, pero cada uno de nosotros tiene que preguntarse qué debe hacer para marcar la diferencia. Porque nosotros tenemos que vencer a Putin, porque es la única manera de salvar nuestro futuro, nuestro sistema de pensamiento. Qué es lo que tú puedes hacer en este momento cuando el odio nos está atravesando. Un odio físico, fisiológico, gracias a la propaganda que funciona a nivel del subconsciente. Mitos negros que no deberían subsistir. Es horroroso estar acostumbrado a la guerra.

Los bielorrusos ya estamos participando en la guerra de Ucrania, pero de una forma distinta. A través de la oposición y del pensamiento crítico, aunque sea desde el exilio porque, como sabemos, no podría ser de otra forma.

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En los campos de batalla de Ucrania y, soterradamente, desde la resistencia clandestina al régimen en Bielorrusia, hombres y mujeres luchan diariamente no sólo por el futuro de sus países sino por el futuro de la democracia, por la diversidad de ideas, por la libertad de sentimiento y de movimiento. Svetlana Alexiévich y Sviatlana Tsikhanouskaya son dos de esas muchas guerreras. Luchan, cuerpo a cuerpo, por derrocar al totalitarismo de pensamiento único. Hoy aquí en Europa, entre Kiev y Minsk y de Vilna a Barcelona pasando por Berlín, se está dando la batalla final de la guerra por el futuro del mundo.

*Diego Gómez Pickering

Escritor, periodista y diplomático mexicano afincado en Barcelona. Su libro más reciente es P (2022).

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